sábado, 11 de septiembre de 2010

Lobrego

Así, así me dijo que lo haga y así lo voy a hacer. Pero no puede estar dándome órdenes todo el tiempo y obviamente tampoco puede esperar que lo siga las veinticuatro horas del día… ¿Veinticuatro o veinticinco tenía? Perdón que no me acuerde, pero hace tanto tiempo que no salgo de este lóbrego lugar. Me deprimo de sólo despertarme, sí, ya sé, me despierto y aparezco con una cara papando moscas y en la nada hasta que viene él y me da tres o cuatro sopapos para despertarme. Tres o cuatro… ¡Tres o cuatro!... Sopapos… sí, y sé que estoy hablando bajito, pero si me llega a escuchar él, viene y… y bueno, hace lo que siempre hace…  Si no me deja hablar con nadie, supongo que porque ni una sola persona sabe que estoy acá. Vos por las dudas no digas nada, mirá si se entera, yo sé que puedo confiar en vos y que nunca vas a abrir esa boca…Sí, ya sé que no tengo de que preocuparme, y vos tampoco, yo te voy a cuidar y voy a hacer lo posible para que estés bien. 
Ayer fue el peor día de mi vida, o por lo menos del mes. Él me mandó a ordenar el lugar y a hacer otras cosas menos importantes. Bueno, ordené el lugar, lo dejé brillante pero no me alcanzó para hacer las otras cosas… ¿Qué pasó? Sentí como sus huesudas y frías  manos golpeaban mi rostro hasta dejarlo sangrando. Después ató mis manos a unas sucias poleas en lo alto, golpeó mi cuerpo con un caño, el cual tenía atada una cuerda y reía mientras veía como el vaho  se despedía de mi cuerpo junto con el flujo que salía de mis profundas heridas en el torso y en la espalda. Y yo nada, yo intentaba no llorar. Sabía que si lloraba volvería a pegarme, pero él me da todo lo que tengo, sé que a veces es injusto, pero ¿qué voy a hacer?... ¡Ahí viene, escondete! ¡Dale, no quiero que te encuentre! ¡Escondete!
Nicolas Gottig
Crespense, 15 años 

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