sábado, 24 de marzo de 2012

El puestero - Miguel Ángel Cuestas

La noche hace desaparecer la arboleda, el camino y hasta los caballos atados a los palos del viejo alambrado que circunda el boliche de don Alejo Castillo. Sin embargo, un candil alumbra el interior de la vieja casa, convertida en el lugar preferido del gauchaje, que se reúne a tomar unas copas, jugar al truco, o disfrutar de una picada con salame y queso casero.
-¡Sirva otra vuelta! -se oye la voz potente de don Pedro Segovia, que con sus cuatro peones, estaban atentos al relato del nuevo puestero de la Estancia "La Candela", allá en el corazón del monte.
Ramiro Torres, que hacía poco había comenzado a trabajar allí, observa su vaso lleno, y continúa con sus palabras serenas, seguro de lo que estuvo contando por casi una hora.
-Como les decía, al viejito lo enterraron bajo un añoso tala, como alguna vez lo pidiese en vida. Su patrón me dio el puesto que él cuidó por muchos años. A los pocos días, comencé a vigilar a un grupo de gurises que se ponían a saltar sobre la tumba del finadito. A lo primero lo soporté, pero con el tiempo, y ya perdiendole el miedo al monte, cacé mi rebenque y me dirigí hacia donde estaban esos herejes. Las veces que me veían acercarme, salían corriendo, hacia los espinillos, y se perdían entre las sombras de la tardecita. Una y otra vez, lo mismo. Nunca alcanzaba a acercarme demasiado como para verles el rostro.
Don Pedro Segovia hace otro gersto, y el bolichero llena las copas vacías nuevamente. Al relato se habían incorporado dos paisanitos más, que compartían una cerveza y un amplio plato con maní.
-Si señor, yo le avisé a los milicos del Destacamento vecino. Pero se me rieron en la cara. ¿Gurises a la tardecita, y en pleno monte lleno de yararás? Ninguno creyó mi historia. Yo estaba a punto de volverme loco. Hasta llegué a tirarles con la gomera, escondido detrás de urtacurú. Cierta noche, la conciencia me atormentaba, y fuí al pueblo para confesarle mi mala actitud al Padre Benito. El sacerdote, viejito flaco, pero muy bondadoso, comrpendió mis pensamientos y el por qué de mi enojo cuando esos niños bailaban alrededor de la tumba.
-¡Vamos hijo mío!- me dijo, tomándome del brazo.
-¿A dónde, Padre? -le pregunté azorado.
No hubo respuesta inmediata. Nos subimos al sulky que había preparado José, al ayudante del "curita gaucho". Nos dirigimos por un largo campo, hasta un lugar que dejó perplejo.
-¡Pero esto es un cementerio! -le dije. No me contestó. Nos bajamos, y me llevó hacia un costado donde había varias tumbas algo descuidadas.
-Mirá, ¿ves ese caminito casi tapado por los yuyos? Ese era el camino que hacía don Rosendo desde la estancia hasta el pueblo, cortando varios kilómetros por entre el monte. ¿Y ves estas tumbitas? Eran las que en cada pasada arreglaba y mantenía repletas con las flores aún sanas que la gente tiraba en el cesto de basura. Esos chicos, hijo mío, son los angelitos que en agradecimiento rondan la tumba de don Rosendo. No para hacer daño, sinó para jugar con él a la tardecita.
Don Pedro Segovia hace un gesto de alto con la mano, para que no le sirvan más caña. Quiere estar sobrio para escuchar el final del relato. Los demás, lo imitan. Menos Ramiro Torres, que ojos llorosos, continúa con el intrigante suceso.
-Al otro día -cuenta el puestero- hice un recorrido por el monte, y me acerqué hasta las tumbas. Las limpié cuidadosamente, y les llevé algunas flores sanas que encontré en el cesto donde la gente deposita las flores viejas cuando las reemplazan. Muchas estaban como nuevas, y eso me alegró. A la vuelta, era similar con la tumba de don Rosendo. Un mes habré estado haciendo lo mismo. Hasta que una tardecita, cuando miré a los gurises jugando como siempre descubrí que don Rosendo estaba con ellos. Me miraron unos segundos, y levantaron la mano saludándome a la distancia. Yo, nervioso, no lo podía creer, e instintivamente levanté el brazo...
Ramiro Torres no pude seguir contando más. Las copas lo habían dormido, y nadie pudo detenerlo cuando cayó al piso totalmente afectado por el alcohol.
-Llévenlo adentro, que hay un catre pa' que duerma cómodo- dijo el bolichero y, entre todos, lo levantaron y acomodaron con cuidado para que descanse.
El Tapectio Martínez levanto un envoltorio que se le había caído a Ramiro, y que seguramente estaba en el bolsillo del saco. Don Pedro Segovia lo desenvuelve, y descubre una placa que a lo emjor el muchacho iba a colocar en la cruz de don Segundo. Se coloca los lentes, y lee en voz alta: "A la memoria de don Roseno Torres. Su hijo siempre lo recuerda".
Miguel Angel Cuestas

Déjame soñar...


Ya la gente se cansó de disfrutar,
se preocupa por lo que hay que mejorar.
Hoy los chicos de la calle, tristes están
por malas decisiones que nadie supo tomar.

Caminando pienso qué se puede hacer
para que se dejen de corromper;
voy gritando a cuatro vientos mi verdad
aunque la sociedad no la quiera aceptar.

y déjame soñar, y déjame gritar
que un mundo mejor podemos lograr.

Hoy vivimos en un mundo que está mal,
un aire que no se puede respirar;
ya cansado de esta mierda sin lealtad
uno busca siempre su camino sin llegar.

Quiero vivir la vida sin parar,
descubrir la luz en la oscuridad,
pensar en el amor, en el azar.
Amar hasta que el corazón no pueda más.

y déjame soñar....
Rulo Sanchez

viernes, 23 de marzo de 2012

Incógnitas

Algo,
¿qué sacamos?
Debemos pensar bien qué es;
y a cambio ¿qué me das? ¿migajas?.
Y, ¿cómo se esconde una pasión resucitada?
Nos ha dejado Agosto todas las preguntas
para que las respuestas se asusten...
y pienso siempre en lo que viene,
y ya me considero una elegida
por al menos preguntar
y dejar esto sin saber
al acabar el día
cada enero
por sí
acaso

Alicia, Teresa y Kevin

viernes, 16 de marzo de 2012

Antaño

Amplitud de campiña
necesito
para soltar la niña
que todavía
llevo adentro.
Que se me haga tarde
y me asalten los miedos
que el sol desparrama
al esconderse.
Quiero oír los ruidos sospechosos
y vislumbrar figuras detestables.
Sentir alados los pies
en el apuro
por traspasar el umbral
de mi refugio.
Niñez, ¿por qué no vuelves?
Si aún tengo a estrenar
juegos y sustos.
                                 Alicia Beber

Pájaros en la cabeza...

Hubo una vez un grupo de gente que se conocía de hace rato. Se conocía de hace tanto tanto, que hasta escribían juntos. Y eso que es escribir es tan, tan ¡ay! No me sale la palabra....Tan mágico, eso, eso quería decir. Pero este gente, ya vio uno como es la gente, no se conformaba con asistir a aquel ritual en comunión...Sino que además acostumbraban inventar otras cosas para hacer mas rico su estar juntos.
Uno de esos raros artefactos consistía en hacer girar entre ellos un ovillo de lana, desandando su madeja, para ir entre medio construyendo un cuento. Mientras, como no podían valerse de sus manos, se valían de un grabador...
Pero, ¡zas! Aquel día estaba predicho ya que el grabador no grabase nada. Ya ven que esta rara gente por andar en las nubes no presta atención a lo terreno y sabe mas de versos que de poner bien unas pilas. La cuestión es que se me mando a mi a remediar el error. Por ello, con maña tratare de recurrir a la memoria para decir lo que allí se dijo.
Recuerdo bien que se iba a hablar de pájaros en la cabeza. No se definió nunca la cuestión de que si iba a haber pájaros en la cabeza de niños, adultos o seres así nomas... Alicia dijo que los pájaros debían de hacer mucho ruido en la cabeza de la gente, y después insto a Teresa a que imaginara a la gente con pájaros en la cabeza. Y como en verso, Tere dejo decir a sus labios que los pájaros cantaban y cantaban y cantaban. Luego la gente esta imagino que las personas se reunían en la plaza y decían y expresaban a sus pájaros....Eso lo dijo Natali si la memoria no me falla como escribiente.
Y así estas personitas dejaron caer sus palabras. ¡Qué alegres y naturales se los veía haciendo lo que les gustaba! Los temas que después hablaron, ¿importaban? Yo hasta me acuerdo que cerraron el relato con lindas frases.
Y hasta ahora me animo a pensar que esta bien que la maquina esa no haya grabado nada. Porque quizás no importaba que estuviera grabado, sino que esa extrañeza, esa locura, esos pájaros en la cabeza fueran dejado volar por esa gente. Esa gente que tiene y no tiene pájaros, que sabe bien muy bien que sus ideas son los pájaros que mas lejos pueden volar.