viernes, 31 de diciembre de 2010

Vacaciones de mi:


La nueva Tintas saldrá en enero. Mientras tanto, aquí va uno de los relatos que estará en ella. 

El repetir de los días me hacía pensar en tomarme un descanso. En las noches el insomnio desolador me traía ese pensamiento en forma continua. Volvía una y otra vez, como el agua a la playa y en cada viaje que hacía, acercaba sobre la costa más razones por las cuales decidirme.
Necesitaba vacaciones. Pero vacaciones de mí. Dejar de ser por unos días aunque sea, el mismo de siempre. Disfrutar otras cosas, ir a lugares donde no iría, hablar con las personas bajo el rayo del sol sin miedo a que nadie me hiciera daño, me lastimara.
Lo decidí una mañana, al regresar al departamento. Limpiaba los zapatos de la mugre habitual cuando me miré al espejo y me encontré con la persona que quería abandonar por un tiempo, por más breve que fuese.
Armé las maletas y salí a la calle llevando una en cada mano. Detuve un taxi y sin miedo a equivocarme o a que se trabase la lengua a mitad de la frase, le pedí que me llevara a la estación de ómnibus.
Sonreí mirando por la ventanilla del vehículo mientras avanzaba por la calle. Me estaba yendo lejos de mí. Podía sentirlo. El solo hecho de poder pronunciar dos palabras seguidas sin ponerme colorado era la primera prueba de que estaba sucediendo.
Recorrí las agencias de varias empresas y finalmente me incliné por una que tenía un coche a punto de partir, con destino a Entre Ríos. Era el lugar ideal para disfrutar de un cambio.
En el viaje compartí asiento e incluso conversé. Trivialidades, pero charla al fin. Me había olvidado de mí, del verdadero yo, que había quedado en la ciudad. El que ocupaba el asiento treinta y dos lado ventanilla en ese instante, era un otro, temporal, pero otro.
Bajé del colectivo al atardecer, con las piernas entumecidas pero una sonrisa en los labios. En la misma empresa brindaron la información sobre hospedajes a todos los que aún no tenían definido donde pasar la noche. Para mi sorpresa, la hermosa señorita que había viajado en el asiento contiguo también buscaba habitación en un hotel.
Casi al azar, elegimos el mismo lugar. Nos reímos al unísono al comprobar que los dos habíamos pedido el teléfono del último hotel que el joven de la empresa había mencionado. A partir de allí todo sucedió muy rápido. Alicia, que así se llamaba, resultó ser un ser muy agradable.
Cenamos, fuimos a un pub muy pequeño, nos reímos gran parte de la noche y terminamos en el hotel, pero usando solo una de las dos habitaciones reservadas. Esa noche mágica me encontró un poco desvelado, pero no era insomnio, sino la agitación de un día tan diferente e intenso.
Sabía bien que el verdadero yo no habría logrado jamás disfrutar de una noche así. Ni siquiera habría podido cruzar dos palabras con la hermosa chica que en ese momento respiraba lenta y suavemente a mi lado, como una diosa del Olimpo tras una larga y agotadora batalla.
Aprovechamos el día con mucha energía. Alicia me contó que se había tomado unos días, porque sus empleadores le debían una semana en el trabajo. No tenía planes, así que lo que estaba viviendo era la misma sensación que yo tenía, la de un tobogán gigante, por el cual me deslizaba sin temer ningún riesgo.
La noche fue más ardiente que la primera y al día siguiente nos reímos más que el anterior. Alicia me gustaba. Y a quién no. Era hermosa, con curvas perfectas, un rostro angelical, la sonrisa siempre a flor de piel y ojos que parecían perlas de almendras. Ella misma parecía recubierta en miel, por la suavidad al tacto, por la fragancia que se respiraba alrededor. Era un sueño. Y yo le gustaba. Pero yo, éste, no aquel que había quedado en la ciudad. Aquel no le agradaría en lo más mínimo.
La tercera tarde recorrimos un parque nacional. Era espléndido andar por caminos de tierra, cruzando arroyos y apreciando la vegetación que nos rodeaba. Y se convertía en maravilloso al sentirla tan cerca, poder ofrecerle mi cuerpo cada vez que necesitaba hacer apoyo, alcanzarle la mano cuando necesitaba ascender en alguna parte. Bajo el sol entrerriano, sentí la felicidad.
Esa noche comimos en un pequeño pero cómodo restaurant en las afueras del pueblo. Llegamos deseosos de hacer al amor, de hacer rugir el espíritu salvaje que habíamos descubierto teníamos en común. Mientras me estaba descambiando, viéndola a ella trepar a la cama con apenas las medias puestas, sonó el teléfono de la habitación.
Mi error fue contestarlo. En el momento pensé que llamaban del hotel, ofreciendo quizá alguna bebida para la noche o preguntando si acaso querríamos el desayuno por la mañana. Sin embargo, no era el amable conserje que minutos antes nos había guiñado el ojo al pasar, cómplice, más cuando desde el segundo día habíamos cancelado la habitación que estaba sobrando.
La voz me era familiar. Era mi voz. Me preguntó como estaba, si acaso estaba pasándola bien. Sentí bronca, mucha impotencia. Estaba rompiendo una noche mágica, la estaba haciendo añicos, tan solo con una llamada.
Le contesté casi musitando, apretando los dientes. No quería que ella me escuchara. Tampoco quería oír lo que sabía me iba a decir. La voz hizo un rodeo con algunas preguntas irrelevantes sobre el viaje, el lugar y sobre Alicia. Luego dijo, con la firmeza de siempre, que las vacaciones habían terminado. Ya había disfrutado bastante y estado lejos el tiempo suficiente como para cambiar el aire y retomar la rutina.
Cerré los ojos y suspiré profundamente, conteniendo un grito de bronca, dejando caer el tubo del teléfono sobre la pequeña mesa de madera.
El sonido asustó a Alicia y me despertó a mí. Las vacaciones habían terminado.
Era yo otra vez. Y sobre la cama había una hermosura de ojos color almendras que pronto sabría que era aquello tan misterioso que se observaba en el momento de morir. 

Ernesto Parrilla

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Estos es para locos


Nuestra amiga Teresita Romero nos ha enviado sus saludos navideños. Junto a ellos, vino un texto. Unas palabras sobre la locura. Un tema que ha sobrevolado las charlas del Centro durante este año. Por eso, aqui va...

Esto es para los locos…
Los inadaptados. Los rebeldes.
Los problemáticos.
Los que van en contra de la corriente.
Los que ven las cosas de diferentes maneras.
Ellos no siguen las reglas.
Y no tienen respeto por lo establecido.
Puedes citarlos, estar en desacuerdo,
glorificarlos… o satanizarlos.
Pero lo único que no puedes hacer
es ignorarlos.
Porque ellos cambian las cosas…
e impulsan la humanidad hacia delante.
Y mientras otros los ven como “los locos”
nosotros los vemos como genios.
Porque la gente que está tan loca como
para pensar que puede cambiar al mundo,
es quien lo logra.


                                                    Apple
                                                    Think different

domingo, 19 de diciembre de 2010

Una piedra mas (De Leandro Puntin)




Después de todo lo que nos pasó,
te vi sentada hablando con otro.
Y no me digas que eso no es amor, no sé;
tus ojos muestran un halo de odio.


“Trewa”, Illya Kuryaki and The Valderramas


Las esperanzas se desprendieron de su corazón como un barco que zarpaba alejándose de la orilla. La espuma era impenetrable, la costa se tornaba efímera y la embarcación no volvería a tocar tierra jamás. No sus tierras, al menos. Ella era ahora el horizonte irreconocible, aquél desdibujado por la distancia y la indiferencia.
Kevin dio un paso atrás e intentó mantener la compostura. Jesica se alejó sin más, desapareciendo a pocos metros tras un tumulto de gente.
Los ruidos de la ciudad volvieron uno por uno. El sonido enloquecedor de las bocinas en un embotellamiento; los pasos de la gente que pasaba a su lado, por la acera; las risas incesantes y perturbadoras de los estudiantes de primaria que recién salían de clases; el golpeteo fantasma de su propio corazón que acababa de detenerse.
El muchacho tomó asiento en uno de los bancos de piedra de la plaza. Respiraba con dificultad. Todo giraba como si nada, el mundo seguía su curso y él se sentía molesto por ello. ¿Por qué no le daba aire y lo dejaba tomar un respiro? ¿Por qué el mundo no se detenía y le daba la oportunidad de componerse?
“No, el mundo no hace eso. Al mundo no le importa”.
Para el mundo, un corazón roto, era como una piedra más llevada por la corriente. Había tantas todos los días, que ya era normal no prestarles importancia.
Un niño envuelto en un guardapolvo blanco manchado con tinta azul, cruzó a los saltos frente a Kevin. Éste estiró una pierna y el niño cayó de narices al suelo, expulsando un alarido y un chorro de sangre que salpicó los talones de sus compañeritos. Ninguno de ellos se volvió hasta que sintieron los gritos desaforados de un adulto que saltaba con furia sobre la espalda de su compañero caído. Los niños observaron atónitos como el azul se mezclaba con el rojo, como el blanco del guardapolvo era vorazmente arrasado hasta no quedar ni un solo centímetro a la vista.
Kevin brincó una, dos, tres... incontable cantidad de veces. Los huesos del niño se revolvieron bajo aquella bolsa de carne que alguna vez pudo considerarse cuerpo.
Las ancianas y mujeres que pasaban por la acera de la plaza comenzaron a correr; todo el mundo se dispersó hacia diferentes puntos. Algunos cruzaron la calle sin ver, casi siendo atropellados por los autos que no se molestaban en disminuir la velocidad; otros se adentraron en la plaza, como si los pocos arbustos que la adornaban fueran capaces de bloquear aquel espectáculo macabro.
Ningún hombre se acercó a tratar de detener a Kevin.
“No, porque ya no existen hombres en el mundo”.
Esa era su explicación, pero la verdad era que a ninguno le importó. El niño no les pertenecía. Y muchos de aquellos “hombres” sabían que el niño robaba en las tiendas del barrio y que sólo crecería para ser un delincuente, al igual que su padre y sus hermanos. Inconscientemente, creían estar haciéndole un favor a la sociedad.
La sangre del chiquito comenzó a fluir hacia el cordón por las grietas del piso de la cuadra. Ya no había vida en aquél muñeco. Ya no había sueños; ya no había esperanzas. Sólo carne esperando a ser procesada.
Kevin se alejó a los tumbos y volvió la mirada sobre los hombros. Una única vez. Nada más que para contemplar la imagen de su corazón aplastado sobre el camino de la vida.
Leandro Puntin

viernes, 10 de diciembre de 2010

Susto

Este relato, fue recreado y reinventado por los chicos del Taller de literatura infantil de la Biblioteca Popular. 

Valentín se levantaba apenas asomaba el sol, a esa hora nadie lo molestaba.
Se lavaba su carita, se cepillaba los dientes, se peinaba, se ponía su ropa su gorro, y sus zapatones.
Listo salía y se asomaba detrás de los árboles del gallinero…
Un sol enorme empezaba a calentar la tierra cuando un ruido desconocido asustó a Valentín.
Un gran plato bajó, abrió sus puertas por la que salieron unos personajes rarísimos. Ni hombres, ni animales. ¿Qué eran?
Valentín no entendía nada y  se preguntaba: ¿quiénes son? ¿qué hacen aquí?
Riéndose los raros dijeron: ¡un ratón! ¡vamos a llevarlo!
Valentín corrió a esconderse entre las plantas del jardín.
Lo buscaron por todas partes sin encontrarlo.
La nave remontó vuelo y desapareció.
Valentín que estaba asustadísimo, contó lo que había vivido; casi nadie le creyó.
Solo Copete y Pinty que sabían que el ratoncito nunca mentía.
La gente de la casa solía comentar que se veían aparatos extraños pero nadie sabía de dónde venían ni a qué .

martes, 7 de diciembre de 2010

¡Improvisamos una charla!


Es lindo encontrarse. ¡Que palabra!...encontrarse. Encontrarse con el otro no es verlo, ni estar los dos sentados en una "sala de espera". Sino que significa descubrir al otro, identificarse con el otro, admirarlo, quererlo, debatirlo al otro. Establecer esa relación con el otro, con ese ser distante a mi, es un camino. Hoy quisimos dar un primer paso en ese camino. Porque pese a que en Seguí todos nos conocemos, eso no quiere decir que se den los espacios necesarios para encontrarnos. 
Con algún mate que andaba por ahí, presentamos la Tintas y los libros artesanales que andaban en un sulky del Museo. El patio del museo se nos abría a la luz ya casi veraniega. Poco a poco se formo la ronda, y comenzaron los temas. Alicia leyó el poema "Fugacidades" y el trabajo de taller que realizamos a partir de aquel poema. (Trabajo que pueden leer en algún post de por aquí) La lectura de esos poemas demoro, y bienvenido que así sea, ya que fue por todos los temas de conversación que salieron de por medio. 
Así fue transcurriendo la charla. Entre la gente de Espacio de arte que nos hablaba de sus proyectos, y el naciente proyecto sobre la Biblioteca Popular. Entre Pido la palabra que nos contaba lo del "Contrafestejo" yTrone que nos lo narraba pintándolo. 
Lo mejor: Nació una idea, un proyecto. Y con el, nació el compromiso de llevarlo adelante entre todos. 








P.D. ¡Nos salio mejor de lo que esperábamos!

lunes, 6 de diciembre de 2010

El extraño jubilo


Peligrosamente atados
a los mismos recuerdos,
es de temerarios
sacarlos a la luz.
Con razón sentimos miedo.
Si apenas entreabrimos
la puerta del pasado
¡Salieron en tropel!
Si parecen pájaros
que de un largo cautiverio,
acaban de salir.
Es un júbilo extraño
el que estamos probando.
Con sabor agridulce.
Veteado de placer.
Un regalo tardío
que la vida nos trae,
a la vez, oportuno,
necesario, esperado.
Por fin decirnos:¨
"Nunca te olvidé"
            Alicia Beber

sábado, 4 de diciembre de 2010

Los esperamos...

Tintas Octubre-Noviembre/2010



Escriben: Alicia Beber, Teresa Albarenque, Teresita Romero, Nicolas Gottig, Leandro Puntin, Kevin Jones, el grupo Pido la palabra y Ernesto Parrilla.
Ilustran: Maximiliano Rodriguez (Trone), Cristian Smith (Pichan) y Jackie Rodriguez. 
Ademas, entrevistamos a Leticia Gerhauser de Pollito Ciego...



viernes, 26 de noviembre de 2010

Las palabras de Walt Whitman y el patio de Teresa....


Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles. 
                           Walt Whitman

A este poema lo leimos con Teresa (Albarenque), en el patio de su casa. Entre el verde, tomando hojas de hierba entre las manos revivimos las palabras del ingles que supo cantarse a si mismo y a la naturaleza. Que supo hacernos ver y valer la vida diariamente, a todo momento. Observar el mundo en una hoja de hierba. Asi fue como surgio el poema que acompaña a este post. 

                                              Hojas de hierba por aqui...
                                              Como Walt, hoy creo que el color de la pared,
                                               y las sillas azules,
                                               y la imagen de Teresa,
                                               son la mas garnde de las obras 
                                               de la lejania
                                               de esta mania de ser.
                                               La palabra Memoria se me asoma, 
                                               y es que esta hierba me parece pasada y presente,
                                               atemporal.
                                               Unos tarros dibujan corazones descalzos.
                                               Una jaula improvisada, con sus dos loros,
                                               hace metafora de la libertad ante su puerta abierta.
                                               La vereda se dirige hacia un verde
                                              que refluye en mis ojos.
                                              Creo que un ave me mira,
                                              y creo que yo lo miro. 
                                             Me invaden miradas y sensaciones.
                                             Hasta siento que la vida existiese.
                                                                                                         Kevin Jones

lunes, 22 de noviembre de 2010

El Cafetero

Qué raro nos parece verlo vestido de blanco, recorriendo los comercios de la cuadra cada mañana. Casi una imagen robada al tiempo, mientras empuja su carrito de madera con pequeñas ruedas por las veredas imperfectas cargando consigo una decena de termos humeantes.
Siempre con su sonrisa por saludo, inmutable más allá del clima. Se asoma, pregunta y no importa la respuesta: sonríe. Es así con todos, cada día. Julián, el cafetero. Juli a secas, debido al saludo diario, a la rutina repetitiva de las mañanas, a esa figura casi necesaria para comprender que una nueva jornada estaba en marcha.
Diálogo corto y habitual, sobre el frío o el calor, la lluvia de la noche anterior o el anuncio para la tarde. Breve quizá como el chorro de café que vierte con profesionalismo, sin siquiera salpicar la inmaculada camisa blanca que lo identifica.
Juli no se preocupa si alguien no tiene cambio para abonar los cuatro con cincuenta, porque está toda la mañana recorriendo la calle y vuelve más tarde, o cuando uno le dice. Es bonachón, alegre y trabajador.
Pero es raro verlo, como decía al principio, más que nada por la tragedia. Quién diría que ese hombre carismático que empuja el carrito sirviendo café perdió todo lo que tenía pero realmente no sabe qué.
En qué pensará cuando regresa a su casa cada mediodía y al abrir la puerta lo recibe el silencio, la ausencia de vida, el futuro truncado. Pero aún peor, el tormento de ignorar aquello que tendría que doler, pero a su vez, dolido por no poder recordar lo que le cuentan que perdió.
Es que Julián sobrevivió entre los hierros retorcidos, pero no así sus recuerdos, agravados con el golpe, que lo dejó sin memoria. Y luego que no lo viéramos por meses, regresó un día, vestido de blanco y sonriendo, como si el tiempo no hubiese pasado, como si la muerte no lo hubiese acariciado en tanto se llevaba consigo a sus niños y a su amor.
Es raro verlo, cumpliendo con el trabajo que le contaron, solía hacer; intentando ser cordial con los que le dijeron, eran sus clientes; pretendiendo ser feliz con lo que le aseguraron, era un milagro.
Y sin embargo, cada vez que nos da la espalda para seguir con su rutina, aparece ese nudo de angustia irreprimible que nos atenaza la garganta y nos nubla la vista, y un deseo, casi una necesidad, de gritar de cara al cielo un insulto infinito en nombre del cafetero, imposibilitado de sufrir por aquello que la muerte le arrebató.
Ernesto Parrilla

Ernesto Parrila, Villa Constitución – 32 años
Deambulante de mundos imaginarios y escritor, he sido publicado en Argentina y en el exterior. Entre las alegrías, obtuve en 2009 del 1er premio en Chile, en el concurso de cuentos de terror de la Revista El Puñal, recibiendo ese mismo año una mención especial en Rosario, en un concurso organizado por la Mutual de la Asociación Médica. Este año recibí una mención de honor en "Mundos en Tinieblas III", de Ediciones Galmort y el "Blogo de Oro Rosario 2010" como mejor blog literario por "Netomancia" (netomancia.blogspot.com)
En nuestro país fui publicado en "Mundos en Tinieblas" I y II de la Editorial Galmort (2008 y 2009),  dos veces en antologías de Editorial Dunken (2009 y 2010) y varias veces en antologías del Departamento Constitución (Santa Fe).
Fuera de nuestros límites, en la antología "Relatos de Terror" del sitio web El Arte de la Literatura (España);  en la antología de terror "Cryptonomikon" (España); Revista Redes para la Ciencia (España); antología “Sorbo de letras” (España); Revista Comunicar (España) y Revista El Puñal (Chile).

sábado, 20 de noviembre de 2010

El juego en que andamos:



Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos, 
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría 
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría 
este amor con que odio, 
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores, 
que me juego la muerte.
                                      Juan Gelman

jueves, 18 de noviembre de 2010

Los pies en el Cristo de Grünewald:


Un escrito de Joaquin Gianuzzi a partir de un extracto de una obra pictorica. Extracto que lo acompaña.

El nervio expuesto y condenado
hace de todo sufrimiento un principio general.
Todavía es la hora de descenso
y toda carne debe seguir aquí, resolverse
en una pesada concentración.
El tono de la pintura
define el desagüe de la masa desesperada.
La anatomía es gruesa, de tierra sangrada
y allí donde los dedos se enciman
-los caminos de este mundo están bloqueados
el límite de la torsión es crítico.
La promesa de toda resurrección tiende a la oscuridad
en las fibras musculares, giradas
sobre sí mismas. Cada detalle
aguarda un orgánico estallido,
pero el conjunto fija el tormento hasta el fin de los
tiempos.
Un solo clavo y se acaba la vieja danza.
                                                Joaquin Gianuzzi 

martes, 16 de noviembre de 2010

Mirada:


Los ojos son el encuentro más íntimo que sucede entre dos personas. Cuando miramos al otro podemos entender, inclusive, todo lo que no dice, nos ayuda a entender lo que calla, lo que se refleja de nuestros dichos.
Una mirada tranquiliza, presiona, juzga, ayuda, invita, rechaza. Sólo con mirar podemos entender el lenguaje sin palabras que es el más elocuente.
¿Miramos mucho?
No, no miramos, las causas son muchas y algunas son  útiles y otras dejan interrogantes. Los lentes para el sol, uniforme obligado que saca patente de famoso. Exóticos, modernos, deportivos, cool, retro, vintage, el gusto es amplio como personas deciden esconderse  tras  de ellos.
En alguna conversación con el gran actor que fue Juan Vehil, él decía: uno trabaja años en el teatro para ser conocido, cuando se hace famoso, se disfraza con grandes lentes para no ser reconocido. Naturaleza humana. 
Mirar a los ojos nos deja adivinar un amor, una desilusión. Nos muestran el interés  o el rechazo que producen nuestras palabras o actitudes, nos muestran si el camino que llevamos es el acertado o en algún punto nos separamos de la armonía del diálogo.
Una mirada puede paralizar de miedo, de dolor, puede herir con  el odio recién descubierto. Lo que siempre hace y hará es unir con el misterio de entender, en esas pupilas que tenemos enfrente, las manifestaciones del corazón.
Por eso es que la comunicación que tenemos hoy nos aleja tanto e insensibiliza.
¿Cuál es la causa?
Hay tanta técnica, el blackberry, la notebook, la netbook, el Ifone  la Ipad, todo une y todo separa. El llavero, hoy, es el pendrive, donde la gente lleva su agenda, sus archivos y falta el aparatejo que permita que carguemos con las ilusiones.
Ni hablar de las redes sociales, desde el viejo y nunca bien ponderado blog, hasta el twitter,  pasando  por el facebook,  los MSN y Chat que podamos imaginar.
Todo sirve para estar comunicado, todo genera una interacción que no deja de crecer y de la que dependemos cada vez más.
Si vamos a lo más elemental que es una conexión de Internet nos adentramos en un mundo donde podemos encontrar  desde el significado y ortografía de una palabra, hasta un amor para el tiempo que dure, pasando por un delivery de sushi, pagar una cuenta o enviar una nota de colaboración. Todo vale, todo conecta. La camarita nos muestra, como un robot pixelado  imagen de una persona ubicada en cualquier lugar del mundo. Todo vale.
Algo falta.
La mirada, el contacto, ver los ojos del otro, tocarlo, escuchar su tono de voz y comparar que se cierra el circuito entre los ojos y la palabra, oler su perfume, saber que hablamos con la persona que es y no con la que imaginamos.
No tengo, en facebook, un millón de amigos, no me sirve. Mis amigos en el ciberespacio son los mismos con los que hablo o me  reúno, salvo aquellos, que por distancia los puedo encontrar en esa reunión de Internet.
Soy admiradora de todos los adelantos y me gusta entenderlos, pero siento, a veces, que me observa el mundo. Me parece que observan mi desayuno, mis delirios de escritura o espían mis llamadas más elocuentes.
¿Será cierto?
¡No! Eso ocurría en Truman Show…
¿O me equivoco?                                                                                                                 
Teresita Romero

lunes, 15 de noviembre de 2010

Sangre

Ya se viene la nueva Tintas, mientras les vamos adelantando algunos textos...En este caso, "Sangre" de Nicolas Gottig. 

Sangre:
Ese domingo a las siete de la mañana, Sebastián volvió a su casa un poco mareado  por el alcohol que había consumido la noche anterior y herido por una pelea a la salida del boliche. En la cual, le habían dejado la boca sangrando.
Golpeado y mareado hizo varios intentos antes de poder meter correctamente la llave en la cerradura hasta que por fin logró hacerlo.
Al entrar a su pieza, lo único que hizo fue tirarse en la cama. No le importó la ropa sucia, las heridas y mucho menos que su mamá percibiera el olor a alcohol que despedía de su ropa.
Las horas pasaron como si nada. Al despertarse verificó la hora en su celular; eran las cuatro de la tarde y si sus padres no lo despertaron para almorzar (Lo cual hacían siempre, sin importarles el estado deplorable de su hijo) lo más probable es que no estén en casa, por lo tanto decidió seguir durmiendo. No obstante, al darse vuelta sintió una viscosidad en su colchón, en ese momento se dio cuenta que su nariz estaba sangrando.
Se levantó como pudo y tapándose las fosas nasales con los dedos índice y pulgar corrió al baño, se sentó en el inodoro y comenzó a arrancar papel higiénico con el cual intentaba detener el flujo de sangre.
El papel se acabó, pero la sangre no se detenía. El chico estaba pálido, le faltaban fuerzas y ya casi no se podía mover. Cayó del inodoro sobre los papeles ensangrentados y lo último que vio fue la silueta de su madre gritando frente a él.

Nicolás Gottig
www.mentirasescritas.blogspot.com