domingo, 26 de junio de 2011

Por una muchacha

Uno puede sacar un libro de su biblioteca y encontrar allí algo. Algo como un "Final para un cuento fantastico" como el final de I. A. Ireland que se recopila en la Antología de la literatura fantastica de Borges, Bioy y Silvina Ocampo. Lo tomamos y le dimos a aquel textito todo lo que le faltaba. Es decir, contamos el cuento.

Por una muchacha:
-Ay, cayó una estrella del cielo y aquí me la encontré -dijo Martin para iniciar la conersación. Siempre había sido así tímido para acercarse a las chicas. Pero este tenía un aire de misterio que lo atraía especialmente.
Ella sonrío por la ocurrencia pero en su cara se advertía que ya se lo esperaba.
Charlando de trivialidades bajo la decoracion del salon, pudo enterarse que la chica en cuestión se llamaba Lilith y vivía en las afueras del pueblo. Esto justificaba que Martín no la haya visto antes.
Mientras el se detenía a observar su piel pálida y ojos cafés, diviso a su compañero de danzas bailando en la pista con una muchacha.
Acabada la fiesta, Martín se animo finalmente a invitarla a la casa de su amigo. Juan tenía un departamento de soltero, y por ello era la envidia de todos. Martín jamás se lo hubiera pedido pero ella le provocaba una atracción muy fuerte. Hasta podía decirse sobrenatural.
Llegados a casa Juan abrió la puerta para dejarlos pasar...
-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.
Natalí, Alicia, Teresa, Kevin e Ireland

(La partecita de color pertenece a Ireland)

martes, 14 de junio de 2011

Robando versos (4)


La conquista:
Me detengo frente a la carrera...
Dar pasos en el agua ignorando las manchas.
Me gustan las manos que puntada a puntada remiendan vidas.
Y yo era inocente y el mundo fue mi sangre.
Le pregunté a esa dama si vio mis pájaros,
por detenerme y perderme en delirios e interrogantes.

Natali Metz
Con versos de Fabián Casas, Juanele, 
Alejandra Pizarnik, Candelaria Rivero, Alicia Beber y ella...

Robando Versos (3)


Salvar al viento:
Yo estoy sobre el pequeño balcon,
mientras las escucho observo caminar una rata 
por el cable de la luz.
Las escucho,
porque entre las cosas que el tiempo acumula hay
bosques espesos.
¿De qué sueño de infancia estoy acordandome?
Hay que salvar al viento, 
aquel viento 
de cuando mi corazón era transparente
como esta luz llovida.
Alicia Beber
Con versos de Alejandra Pizarnik, Manuel Podestá, Juanele y de ella...

Robando versos (2)


Pájaros vuelan:
Las hojas caen amarillas
secas al suelo del fondo de
mi casa y me aburro.
Hoy vi las flores una por una,
casi llorando las vi por primera vez.
Entre las cosas que el tiempo acumula
hay bosques espesos.
Hay que salvar al viento,
preguntarle si vio nuestro pájaros.
Kevin Jones
Con versos de Ariel Delgado, Manuel Podestá, 
Alejandra Pizarnik, Candelaria Rivero y Pablo Neruda.

Robando Versos (1)

Tomamos muchos poemas. Transcribimos los versos que nos gustaban. Los pusimos en papelitos. Los tiramos, despelotamos y repartimo.
Con los versos que andabab por allí, hicimos nuevos poemas. Como ladrones de versos... 


Nadie te dará pistas:
El viejo de ojos azules y bigotes blancos
se les muere en pleno cautivero haciendo la suya: creando.
Sí, los grillos son cómplices.
Tan parecido a la felicidad
que daba miedo.

Sos el protagonista de un poema y nadie
te dará pistas acerca de como el escritor
conoce tu vida.
Teresa Albarenque
Con versos de Juanele y Manuel Podestá

viernes, 10 de junio de 2011

Amigos por el viento

Hoy, estuvimos leyendo este relato de Liliana Bodoc en nuestra Taller.


A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojo con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma. 

Así ocurrio el día que se papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detras de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio. 
- Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
- Me parece bien - mentí.
Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:
- No me lo estás deciendo muy convencida...
- Yo no tengo que estar convencida.
- ¿Y eso que significa? - preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.
Me vi obligada a levantar los ojos del libro:
- Significa que es tu cumpleaños, y no el míó - respondí.
La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.
- Se van a entender bien - dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.
La gata, único ser que entendía mi desolación, salto sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. "Se me acaba de romper una copa", inventaba mamá, que, contal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrozas hechicerías. 

Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, apareciá un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Despues pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que yo no pude conseguir.
- Me voy a arreglar un poco - dijo mamá mirandose las manos. - Lo u´nico que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.
- ¿Qué te vas a poner? - le pergunté en un supremo esfuerzo de amor.
- El vestido azul. 

Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarián pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones. 

- ¡Mamá! - grité pegada a la puerta del baño.
- ¿Que pasa? - me respondió desde la ducha.
- ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?
El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.
- ¿Palabras que parecen ruidos? - repiutió.
- Sí. - Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg...
¡Ring!
- Por favor - dijo mamá -, estan llamando.
No tuve más remedio que abrir la puerta.
- ¡Hola! - dijeron las rosas que traía Ricardo.
- ¡Hola! - dijo Ricardo asomado detrás de las rosas. 

Yo miré a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas. 

- Podrían ir a escuchar música a tu habitación - sugirió la mujer que cumplía años, deseperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por afixia a los invitados.
Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas: 

- ¿Cuánto hace que se murió tu mamá?
Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.

- Cuatro años - contestó.
Pero mi rabia no se conformó con eso:
- ¿Y cómo fue? - volví a preguntar.
Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.
- Fue... fue como un viento - dijo.
Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?
- ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? - pregunté.
- Sí, es ese.
- ¿Y también susurra...?
- Mi viento susurraba - dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía.
- Yo tampoco entendí. - Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.
Pasó un silencio.
- Un viento tan fuerte que movió los edificios - dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces...
Pasó una respiración.
- A mí se me ensuciaron los ojos - dije.
Pasaron dos.
- A mí también.
- ¿Tu papá cerró las ventanas? - pregunté.
- Sí.
- Mi mamá también.
- ¿ Por qué lo habrán echo? - Juanjo parecía asustado.
- Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio.

A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
- Si querés vamos a comer cocadas - le dije.
Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quiza ya era tiempo de abrir las ventanas. 

Liliana Bodoc


Celebración de la música


Mañana, el Centro Literario celebrara la música...
En el marco de nuestra Tintas Musical, celebramos y ponemos en debate la música. 
Tango, folclore, rap y pintura ¿podrán convivir?

Avío del alma


por Julián Zini

Si ven que el San Jorge
y la araña pelean,
si anoche
escucharon a los suirirí,
si habló la ranita
y el charque gotea,
seguro que el tiempo
se está por venir.
-Va a cambiar el tiempo
-nos dijo la abuela,
porque han florecido
los tipichata...
va a cambiar,
no ven que las hormigas vuelan
y el viento está dulce
de niño-rupá...
Va a cambiar:
el norte está sacando agua,
y ya van tres días que soplando está;
cielo de ovejitas" "después de un sol de agua",
cuando entre la luna, el tiempo se vendrá...
Ese era el lenguaje sabio de la abuela,
que se hizo en la escuela de un pueblo arandú;
¡va a cambiar, es cosa de tener paciencia,
esa vieja ciencia de los poriajhú!
-Va a cambiar el tiempo-,me acuerdo decía
la abuela esa tarde en que mamá lloró
preparando el bolso, puesto que, partía
rumbo a Buenos Aires mi hermano mayor.
-Aquí está su ropa y aquí está su avío:
le hice una gallina, matambre y chipá;
van unas naranjas y unos pastelitos
y aunque el viaje es largo, pienso, ha de alcanzar...
No olvide su abrigo que es de lana cruda
y lleve el ponchillo que usó su papá...
Y entonces la abuela, como quien ayuda,
tragándose un llanto, volvió a sentenciar:
-Vaya con cuidado; sea manso y prudente,
que Dios y la Virgen le han de acompañar;
para los peligros sepa ser creyente:
Santa Catalina no le va a fallar.
Y en los temporales de la vida tenga
presente a su madre que lo supo alzar
cuando usté era chico contra la tormenta:
venciendo al mal tiempo sólo con rezar...
Sepa que en su alma lleva usté otro avío
que es como una herencia de amor familiar;
se lo dio su gente, su pago querido,
y en su sangre joven se ha de retornar.
Le hablo de esas ganas de brindarse a todos,
del corazón grande, valiente y capaz,
de jugarse entero y encontrar el modo
de salir a flote en la adversidad.
Le hablo de esa mano tendida y abierta,
con el gesto antiguo de la caridad,
mano de CHAMIGO que se da sin vueltas,
del que abre la puerta y ofrece su pan...
Avío del alma hecho de franqueza,
sencillez, respeto, hombría y lealtad...
Ya ve, siendo pobre, lleva una riqueza;
recuerde: se aumenta, compartiéndola.
Y oiga bien, un día cuando cambie el tiempo,
si este avío le dura dentro de su ser,
usté o sus hijos, o acaso sus nietos,
por Dios y la Patria tendrán que volver.
Sepa que yo al irme a "la tierra sin males",
dejaré mis huesos y mi corazón
abonando el suelo del que hoy usté sale
¡y para el que quise siempre lo mejor!!!
Ese era el lenguaje sabio de la abuela
que se hizo en la escuela de, un pueblo arandú;
¡va a cambiar, es cosa de tener paciencia,
esa vieja ciencia de los poriahú!