sábado, 29 de octubre de 2011

El testigo


Ya se trata de otra atmósfera, ahora el hombre reinventa eso de levantarse vaya a saber a qué hora de la madrugada a bostezar, a escuchar las primeras advertencias de la ciudad. Una ciudad, y en Rosario de eso saben, es más peligrosa en las primeras horas de la mañana. Mata como con puñal, sin ruido. Tenía la vaga sospecha de que levantándose cuando nadie lo hace, vería lo que nadie ve. Y esa madrugada más que ninguna estaba dispuesto a ver hasta donde el balcón lo permitiese. Y no diría nada, guardaría para sí algo tan valioso como el inmenso secreto del testigo ignorado.
Ni bien aquel hombre de barba insignificante apareciera por la esquina, otro, parado en la apariencia de esperar el primer ómnibus, le asestaría sin razón evidente un golpe con una llave inglesa. Un golpe exacto, ejecutado con prolijidad de herrero. El cuerpo del golpeado tardó un doblarse de rodillas para caer de frente y rebotar dos veces la cara ya con sangre contra el suelo. La escena no se repetirá nunca, en ninguna parte. Ahí parecía terminar todo si no fuera por eso del recuerdo y las visiones de otras mil veces del hombre desplomándose, golpeando dos veces en las mil la cara contra el suelo.
¿Y no era eso lo que quería? ¿No había invertido tantas horas de sueño para obtener por fin lo que buscaba? Y qué hay del primer sofocón de ver a un hombre (un hombre que parado en la esquina no agregaba nada a nadie), desenfundar una llave inglesa (una herramienta que a poco que la viéramos sólo se nos ocurriría ajustar alguna tuerca) asestar de esa manera tan viril y tan precisa el golpe de desgracia. Y qué hay del tomar conciencia de que por fin se vio lo deseado. Aquello que justifica decir “Rosario es de temer”, cualquiera te mata por nada. Porque una vez que el hombre estuvo tendido, el otro, el preciso, guardó su herramienta en un bolso verde que llevaba, sacó después un cigarrillo y como si recién hubiera terminado de comer, dio una pitada larga provocando un humo que la incipiente luz hizo vasto y previsible.
En el balcón, las piernas temblaron. ¿Pero no era eso lo que quería ver? Pero las piernas temblaron y el corazón, más lejos de su ritmo, se hizo grande como un niño tonto. El del balcón tomó conciencia de que eso moviéndose dentro de sí era un lugar descontrolado. Y por qué moverse, por qué volver al comedor, salir otra vez, apreciar al hombre tendido y a la sangre ganando los bajorrelieves de la vereda. Por qué tanto alboroto si eso era lo que quería ver y el tiempo, que parecía correr rápido, no pasaba tan rápido.
Tuvo que andar la sangre su buen trecho para que alguien notara que en la esquina había un hombre tendido. Un hombre que visto así, no era más que una víctima apañada por los taxis deteniéndose, por las demás personas, pocas, curiosas, perfectas como manzanas, acercándose sin el privilegio de saber las cosas desde el principio. Para qué acercarse, ¿para contarlo? No, para aprender a no doblar así como así una esquina sin ver lo que los otros llevan en la mano.
A ciertas horas, en Rosario, no hay que cruzar miradas, hay que caminar con la firme convicción de que nada pasará y el que sufrió el golpe no lo sabía. Provocó su propia muerte en una distracción imperdonable. Antes de que el golpe le cayera, levantó la vista para mirar a otro hombre que desde un balcón lo observaba. El muerto no sabía que el del balcón anhelaba como nadie aquel golpe y que no era por rareza que estuviera ahí, sino para vengar su ignorancia.
Entonces, como cauce, todo entró en el terreno de las justificaciones inconfesadas. El corazón dejó de ser un órgano notable, se soltaron como piolas los brazos de la baranda del balcón. Se aquietó también el ir y venir de la sala al comedor y se volvió, como se vuelve a tomar agua a la espera de otras madrugadas, donde algo, sin ser tan definitivo, moviera un poco el aire tenso de Rosario.
Fernando Belottini

Fernando Belottini Nacido en San Jorge (Santa Fe), actualmente reside en Concordia (Entre Ríos). En literatura obtuvo varios reconocimientos y publicó en diarios y revistas del país. Obtuvo el Fray Mocho por “Textos sin destino”… Para leer más relatos suyos, anda a: www.fernandobelottini.com.ar

La ilustracion pertenece a Maximiliano Rodriguez.

jueves, 27 de octubre de 2011

Tintas Octubre 2011 - Rostros e historias

Tintas Octubre 2011...
De rostros e historias

¿Cuántas historias, maldiciones, hechicerías, bendiciones y palabras puede contener un espejo en el que se refleja nuestro rostro?

Este mes, Natalí Metz, Alicia Beber, Ernesto Parrilla y Titi Diaz crearon historias a partir de algunos complices rostros... Tambien publicamos la nota de Mauricio Castaldo "El gran aura de nuestra tierra"
Contamos tambien con un cuento del reconocido Fernando Bellotini, ilustrado por Maximiliano Rodriguez. El dossier poesía es de Candelaria Rivero y se encuentra ilustrado por Jackie Rodriguez.
Contamos con un Arte de tapa de Román Mayora, y en el interior fotos de Cristian Jones, Ramiro Sosa y Paula Ledesma. 
Eso más poesía, preguntas y unas palabras de Juanele...

viernes, 14 de octubre de 2011

La gran aura de nuestra tierra


En  una edición de ADN, el suplemento cultural del diario La Nación de éste 10 de Junio, Beatriz Sarlo realizó algunas definiciones muy provocadoras sobre la literatura argentina, pensando hipotéticamente que hubiera sido de la misma si no hubiera existido Jorge Luis Borges.

Dijo la ensayista que, en ese caso, “probablemente nadie habría releído a Evaristo Carriego, como lo hizo Borges, y la poesía argentina tendría en su centro operaciones más “vanguardistas”, como las de Girondo. Y en lugar de las orillas porteñas, el barrio y las calles rectas hasta el horizonte, estaría el paisaje fluvial y fluyente de Juan L. Ortiz. En ausencia de Borges, probablemente ésas serían las dos grandes líneas poéticas de la primera mitad del siglo XX”.
Lo extraordinario del asunto de enfocar, de esta manera, un repaso de la historia de la literatura argentina contemporánea, se da, en primer lugar porque el papá de Borges era entrerriano, al igual que Evaristo Carriego, esa infatigable pluma del jordanismo revolucionario.
Incluso más, leído a contrapelo, el libro de Borges sobre Carriego es casi una introducción etnográfica al estudio de los orígenes del federalismo, sobre todo cuando dice que la “entonación entrerriana del criollismo” es “afín a la oriental”, y que esta entonación social, política y cultural tiene “algo de caramelo y de tigre”.
Y por otro lado, la mirada tan porteña como inteligente de Sarlo, no puede soslayar la potente importancia y presencia cultural de la obra de nuestro Juan L. Ortíz, que algún día merecerá ser reafirmado más en nuestro calendario escolar como parte de un día de la Cultura Entrerriana.
Muchas preguntas e ideas provoca la nota de Sarlo. Entre otras cosas, vale preguntarse si para educadores y comunicadores entrerrianos, como para todo nuestro pueblo, está presente ese paisaje fluyente de Juanele o están más presentes las imágenes y letras que vienen de Buenos Aires, o de otros lugares.
También podemos preguntarnos sobre si conocemos, si valoramos o si queremos (re)conocer el gran aura de nuestra tierra, el aura de la biodiversidad federal originaria que, a pesar del saqueo y la concentración, parece que no se puede destruir.
Esa aura del sauce que nos mostró maravillosamente Juanele, esa aura de
la tierra que se expresa en tantas luchas, en la pedagogía del oprimido de la diagonal roja de nuestra bandera, y en lo mejor de nuestras letras, lo reconoció sin querer el propio Borges, en sus escritos y en una anécdota deliciosa comentada por Hugo Gola y rescatada hace un tiempo por la revista paranaense “El Colectivo”.
Borges expresaba sus fuertes diferencias con la obra de Juanele, y en un viaje, Gola le lee al autor de “El Aleph” un poema. Borges dijo “muy bueno”, preguntando además en seguida, “¿de quién es?”. “De Juan L. Ortíz”, le respondió Gola, y el aura los dejó en silencio.
Prof. Mauricio Castaldo

viernes, 7 de octubre de 2011

Taller, El peligro de una sola historia: "Otro final para Hansel y Gretel"


La bruja cocinó al niño, y a la niña la convirtió en pastel. Luego, llegó el padre de los niños. La bruja lo invitó a pasear por su casa. Comieron al niño y después cortaron el pastel. Al cortarlo, salieron tripas y sangres. El padre se asustó. Entonces, la bruja confesó que había matado a los niños y él se los había estado comiendo.
El padre, enojado, le cortó la cabeza a la bruja y la metió a la hoguera.

Leonardo Bolzan
Axel Villagra
Agustín Basso
Leandro Colli
Enzo Solier
Jonathan Lopez
Emanuel Ciorcini

Taller, El peligro de una sola historia: "Nuevos finales para Pinocho"


-El final del cuento de Pinocho es que el Abuelo un día se puso a llorar. Pinocho le preguntó: ¿Qué te pasa abuelo? Y el abuelo le contestó que lloraba porque lo tenía que desarmar ya que unos ladrones lo perseguían.
Pinocho se puso muy triste: Ya no lo vería más. Finalmente, cuando lo estaba por desarmar, los ladrones fueron capturados. Pinocho, llorando de alegría le dijo: Abuelo, ahora me quedaré contigo por siempre. Y vivieron felices por todo el año.
Axel Metz

-Gepetto se cayó al agua. Pinocho lloraba y lloraba. Entonces, apareció el hada azul y lo salvó a Gepetto.
Entonces, el hada como último deseo convirtió a Pinohco en un niño de verdad. Y vivieron felices para siempre.
Lucas Velazquez

-Gepetto, de tanta hambre que tenía se comió a Pinocho y el hada con su magia le abrió la panza. Salvó a Pinocho, pero tenían hambre porque estaban en una isla y no tenían para comer. Por eso, Gepetto y Pinocho se convirtieron en lobos y vivieron felices por siempre.
Lautaro Michel

-Pinocho se puso a llorar, porque su padre había muerto. Entonces, llegó el hada azul que, tocando con su varita mágica a Gepetto, le devolvió la vida.  El hada azul, para devolverle la vida a Pinocho, lo convirtió en un niño de verdad. 
Gepetto, con Pinocho y el hada azul se abrazaron y fueron muy felices.
Esteban Ramírez y Flavio Velazquez 

Taller, El peligro de una sola historia: "¿Cómo termina Peter Pan?"


Peter Pan iba en el barco y chocó con una casa y tumbó y exploto.

Peter Pan se enamoró de Wendy y se veían cada tanto en el país de Nunca Jamás.

Peter Pan se fue volando en el barco y se quedó sin polvo mágico y se cayó.

Desde la derrota de Peter Pan y sus amigos, Garfio nunca más quiso ser malo. Los hermanos volvieron varias veces, pero volvían para tener el amor de su familia.

Peter Pan los llevó a su casa y su mamá se dió cuenta. Así que les preguntó a dónde iban.

Y Peter Pan se fue muy enamorado, se fue volando.

Andrés Casadey
Nahuel Todone
Pablo Butus
Raúl Borgetto
Valentín Fontana
Walter Heit

Taller, El peligro de una sola historia: "El patito lindo"

Estas producciones fueron realizadas por chicos de 5° y 6° grado de la Escuela N° 19 Santa Teresita de Seguí, en el marco de la IV Muestra "El arte con la gente".
La actividad consistía en rehacer cuentos clásicos, cambiarles el final o reescribirlos enteros. Con la intención de demostrar que no hay una "sola historia" sino varias. Y que, cuantas mas, mejor.


El Patito lindo:
Hace mucho tiempo, nació un patito muy lindo. Era muy fachero y muy malo con sus compañeros. Por eso, ellos se enojaron.
Caminaba por la calle y todos hablaban mal de él. Se sentía muy mal.
Entonces se despeinó, se saco la chaqueta de cuero y los anteojos de sol y quiso ser muy feo. Igual, se puso rebelde. Se puso malo. Empezó a gritarle a la gente: ¿Qué, soy lindo o soy feo?
Se fue de su pueblo. Con el tiempo, se hizo famoso por su buena actitud y buen humor. Hubo un cambio, puso segunda y cambió. Para entonces, era tan bueno que hasta una niña lo adoptó. 
Un día, salió a jugar y lo corrió un perro. Se alejó de la casa de la niña. El perro lo corrió hasta su pueblo original. Vio a su familia, y les pidió disculpas. Sus padres, le pidieron disculpas por no ir a buscarlo. Así que se quedó a vivir en su pueblo y le pidió disculpas a la gente por hacerse el fachero. 
Se hizo una casa, encontró una patita y tuvo patitos a los que enseñó las tablas, a aprender de sus errores y ser respetuoso. Y este es nuestro final.

Román Voltolini
Bruno Godoy
Enzo Bolzán
Joaco Gareis
Agustín Heck
Agustín Rodriguez Castillo

miércoles, 5 de octubre de 2011

La nuit du chasseur


Comienzo de días de primavera.
Paciencia, charlas, normalidad.
Este rascacielos se derrumba
y mis ojos se inundan
como un barco a la deriva.
Un ataque sin previo aviso
y dos mundos al chocar.
Y siempre lo corriente,
lo que era de esperar.
Tan sólo lo común.
Una avalancha de angustia,
dolor y desilusión.
Lo que era de esperar.
No es el final,
es el principio de algo.
El día el que tu frente
dé contra el piso no está lejos,
y ni siquiera cerca.
A lo lejos observo y callo,
paciencia, charlas, normalidad.
Pero algo ha cambiado.
Sólo debes abrir un poco los ojos.
                                                                              Micaela Grinovero