sábado, 31 de diciembre de 2011

"Es más peligroso un pibe que piensa que uno que roba" - Entrevista a Camilo Blajaquis



A los 21 años, después de haber estado preso desde los 16 hasta los 20, publicó La venganza del cordero atado, su primer libro de poemas. “Aparte de excluirte económicamente, te excluyen cultural y simbólicamente”, subraya.






 Por Silvina Friera
El aire se espesa en Morón. Se presiente la lluvia, el ataque de las gotas, como en uno de los poemas de Camilo Blajaquis, el seudónimo que eligió César González para escupir su dolor, su verdad, su poesía, cuando renació dentro de una cárcel. “¡Letras, máscara de mi herida! / Aliéntame esta tarde / que si no escribo soy piedra / y vuelvo a ser tan sólo un expediente/”, se lee en su primer libro, de título ricotero, La venganza del cordero atado (Ediciones Continente), con ilustración de Rocambole y prólogo de Luis Mattini. Dos trozos de carbón que arden; llamitas intrépidas lanzadas del presente hacia el futuro. Los ojos de César experimentan con la pequeña porción del horizonte que se deja ver desde la ventana de “Dallas”, un bar “cero burgués” –lo define—, un lugar de laburantes donde el joven juega de local desde febrero pasado, cuando salió en libertad. Su mirada se embarca en un mar de proyectos: otro libro de poemas más, el crecimiento de la revista que edita, ¿Todo piola? (ver aparte), la carrera de letras que cursa en la UBA. “Me lo bajo en un toque”, dice por el sándwich de pan francés que le acaba de servir Ubaldo Collado, dueño y mozo, sufrido hincha de Racing. Como César. Si la lluvia es el momento en que el cielo y la tierra tienen un orgasmo –como escribió en otro poema–, habrá que esperar ese encuentro. El sol empuja en cámara lenta a las nubes. “Algo le debo a mi sangre toba. Te dije que se estaba yendo la tormenta –se entusiasma, mientras comprueba que se cumple su pronóstico–; nunca le hagas caso al servicio meteorológico. Las culturas originarias de este continente miran el cielo y saben cuándo va a llover. Ahora tenemos todas las tecnologías. Y ni así le pegan.”
En menos de un minuto, César devora el sándwich. “¿Qué hacés, caradura?”, dice y saluda a Lucho, el padre de un compañero de la calle, cuando César andaba en la calle, unos seis años atrás que parecen prehistóricos. “En el barrio siempre es así, se acercan a saludarme.” El barrio es la villa Carlos Gardel, “panorama de vida que siempre tiene olor a celda, a plomo, a trabajo en negro o en gris o a traje de encargado de limpieza”, dice en el poema dedicado a ese lugar en el mundo donde nació –hace 21 años– y creció a los porrazos. Donde vive y da talleres literarios para rescatar a los pibes de un “infierno anunciado”. “No es que me levanté un día o manejé en mi cabeza, en algún momento, la idea de escribir un libro –cuenta César–. La venganza del cordero atado es un rejunte de los poemas que escribí, tan simple como eso.” Lo que no es tan simple es dónde los escribió, en institutos de menores, en la cárcel, bajo el seudónimo de Camilo Blajaquis: Camilo en homenaje al comandante Cienfuegos –uno de los líderes de la Revolución Cubana–, Blajaquis por el militante peronista asesinado en la pizzería La Real, relatado por Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a Rosendo?
“Mi cabeza empezó a cambiar, a incorporar cosas nuevas; todo un mundo que no conocía hasta antes de caer preso, cuando me di cuenta de todo lo que se le oculta a un joven que le toca nacer en un barrio de clase baja, en una condición pobre y humilde como en la que nací. Aparte de excluirte económicamente, te excluyen cultural y simbólicamente. Te excluyen porque sos el negro de una villa, el negro de mierda, vas a ser chorro, obrero y nada más. El sistema te excluye y es mucho más cruel de lo que uno cree –repasa su aprendizaje–. Lo que juega es una exclusión simbólica: el de la villa es un ignorante, es un posible delincuente.” César subraya que el primer acto de su renacimiento, antes de la escritura, no fue la lectura –los libros que unas manos de mago, literalmente, acercaron a sus ojos– sino la libertad que le dio pensar. “Empecé a usar esto que tengo acá arriba –dice con el dedo índice en la sien– para algo productivo, para algo que me diera vida, que me diera fuerza. Y digo vida porque estaba muerto en vida: 16 años, seis balazos de la policía, me quedaban cinco años de cárcel; ingresé a un instituto con los clavos en las piernas, en muletas, pesando 50 kilos. Realmente estaba muerto.”
La realidad es que estaba preso –muerto en vida– en 2005. El camino de regreso a la vida tiene un nombre: Patricio “Merok” Montesano, un amigo que le acercó los libros, “un vago que daba taller de magia voluntariamente dentro de la cárcel”. “Nos trataba bien, no venía desde un lugar de profesor, ‘a ustedes, negritos, les vengo a enseñar cómo es la vida’, que es muchas veces la postura de los talleristas en la cárcel. El nos trataba como personas, no como monstruos. Nos enseñaba un truco de magia y nos hablaba de Walsh, de Cooke, del Che, de lo que pasó en los ’70. Nos hablaba de arte, de poesía, de cultura –enumera ese torbellino de novedades que lo asaltaron–. Al principio no le di mucha importancia, ‘este loco de mierda, qué me importa lo que dice, si total a mí me quedan un montón de años’. Pero venía en serio, con pureza, para ayudar.” El mago vaya si ayudó. Le prestó De Ernesto al Che, de Calica Ferrer. “Antes de ese libro yo no sabía, por ejemplo, que el Che era argentino, ni qué había hecho, ni cuáles eran sus ideales, ni por qué luchó –reconoce César–. Ese libro me sirvió para darme cuenta de que uno puede hacer un click en la vida, como lo hizo el Che. Y comenzaron las preguntas, aparecieron los porqué: por qué nací en una villa, por qué tuve que ser pobre, por qué tuve que nacer en un contexto de mierda, por qué tuve que saber a los 7, 8 años que existe la cocaína, el porro y que vivo en un barrio donde eso es frecuente y la cultura es ésa.”
La seguidilla de preguntas productivas se multiplicaban; estaba encerrado, pero no anestesiado. No sabía qué esperaba, pero algo llegaría. “¿Hubiese terminado en una celda si no hubiese nacido en una villa? Si nueve de cada diez de los que estábamos en la cárcel éramos de una villa. ¿Qué hubiese pasado si hubiese nacido en otro contexto? Realmente no sé, pero considero que en la cárcel no hubiese terminado con 16 años, baleado, adicto a las drogas como era. Se cayó la venda de mis ojos con mucha rabia. No quería darle el gusto al sistema, a la sociedad, que quiere que terminemos en la cárcel. Y fue una ruptura.”
–Y la rabia lo llevó a la lectura...
–Sí, a leer, a informarme, a llenarme de argumentos. Fue un renacimiento; el concepto de renacimiento en la historia de la humanidad es salir de la oscuridad de la Edad Media, de las tinieblas del oscurantismo. De repente aparecen Galileo, Da Vinci, Copérnico, otra corriente de filosofía con Descartes, los inventores, los pintores. Mi renacimiento fue gracias a la cultura. ¿Sabés por qué hablo de rabia?
–No.
–Porque no es lo mismo que alguien de clase media piense a que lo haga un pibe de clase baja. Si el de clase baja tiene conciencia de clase, la potencia que tiene ese pensamiento es mucho más explosiva que la de la clase media, en el sentido de rebelarte. Fue lo que me pasó a mí: tener conciencia de clase, pero no haciendo una separación porque yo soy de abajo, pero no quiero que se muera el de arriba. No. Yo pensaba todo esto, pero seguía dentro de una celda. No sabía que el día de mañana iba a publicar un libro, a hacer una revista...
–Tocó fondo: o se hundía del todo o flotaba y salía a la superficie, que es lo que hizo.
–Exactamente, pero una vez que llegué a flotar, había que remar porque estaba en el medio del mar y no había remos. Había que remar y no había balsa, había que remar y no había isla para naufragar. Me pegaron en la cárcel por leer, por escribir, por pensar, paradójicamente. La sociedad dice que en la cárcel estamos mejor, que los derechos humanos son sólo para los chorros... y uno escucha todo ese discurso de que nos gusta esa vida en la cárcel, que no hacemos nada. A mí no me gustaba esa vida y decidí hacer otra cosa: leer, terminar el secundario, recibirme. Pero no recibí un abrazo de la sociedad; recibí piñas, me quebraron los tobillos, me rompieron un diente; sufrí miles de requisas por leer y escribir. Me di cuenta de que la sociedad prefiere que los pibes roben, que se droguen antes que accionen y piensen. Es más peligroso un pibe que piensa que un pibe que roba. Cuando un pibe en este país pensó y accionó, lo torturaron, lo masacraron y no apareció más.
–En un poema se lee que una psicóloga dijo que no podía ser escritor. ¿Fue así?
–“Y esa piña duele más que la del guardia”... puse en ese poema. Siempre recuerdo el día que escribí mi primer poema y se lo llevé a una psicóloga que tenía en el Instituto Belgrano. Lo había escrito la noche anterior después de leer una crónica de Arlt en Aguafuertes porteñas que me había gustado mucho. Seguramente estaría lleno de limitaciones; al principio escribía con rima, no podía escaparle a eso (risas). Había sentido un vómito que me daba libertad. Algo se había desatado, el candado se había quebrado cuando escribí ese poema. No es una figura menor el psicólogo dentro de la cárcel; es el juez cotidiano de tu vida. Yo le llevaba un poema que me había hecho sentir persona... Yo me odié mucho tiempo, pero llegó un momento en que ese odio lo transformaba en violencia o en poesía. La psicóloga dejó el papel a un costado y me dijo: “Muy lindo esto, pero cuando salgas tenés que trabajar. Vos cometiste un delito, tenés que resarcir a la sociedad y la única forma es que te rompas el lomo trabajando. Con esto –por el poema– no resarcís el daño. Esto puede ser muy lindo, un pasatiempo, pero tenés que trabajar. A ver si se te mete en la cabeza...”. Y no fue una mala experiencia como argumentan algunos psicólogos para que me quede tranquilo. ¡Las pelotas fue una mala experiencia! Tuve doce psicólogos diferentes y todos me dijeron lo mismo. Ninguno me leyó un poema. Yo necesitaba que alguien lo leyera, que me dijera: “Está feo, pero vas bien”. Era un acontecimiento para mí, pero me lo negaban, lo reprimían. Cuando se lo di a Patricio, me dijo: “¿Es la primera ves que escribís? Seguí, probá, no está nada mal”. Y me trajo libros de poesía. ¿Te das cuenta la función de uno y otro? Uno estaba para ayudar, los psicólogos para reprimir.
–¿Por qué dice en un poema que “aunque no parezca soy poeta, soy un optimista”?
–Ese poema es una trompada tras otra, pero lo escribí en otro momento. Eso fue hace tres años, cuando pensaba que la política eran los políticos, pero ahora sé que es una herramienta. Si los políticos en nombre de la política hicieron desastres, la palabra no tiene la culpa. Hay optimismo en el escenario político argentino y hasta noto cierta alegría. La naturaleza de los barrios bajos es el peronismo obrero. No puedo desconocer eso; y con más facilidad me doy cuenta de que este gobierno se corresponde con esa naturaleza, que este gobierno está relacionado directamente con los intereses populares y me siento identificado. Yo viví en una casa de material y chapa toda la vida. Hoy tenemos una casa digna con calefón, cocina y agua caliente. Pero tampoco me encierro en una etiqueta ideológica. Soy peronista, pero lo que menos me gusta del peronismo es Perón. Para mí el peronismo es una esencia colectiva; por eso me siento identificado con esa subjetividad colectiva que resistió 18 años. Soy eso, pero también marxista y me gusta la filosofía, el rock y el reggae. Decir “soy esto” es autolimitarse, autoexcluirse. Yo quiero seguir creciendo y seguir siendo cada vez más cosas.
–¿Qué pasó con su lenguaje cuando salió de la cárcel? ¿Cambió?
–Sí, empecé la facultad, estoy en nuevos ambientes con gente que habla diferente. Pero el lenguaje es muy amplio; en mi barrio si tengo que hablar con los pibes, hablo así también. Soy así siempre, pero tampoco en exceso porque si me hago el académico me van a decir: “¿Qué estás hablando, gil?” (risas). Pero no me gusta el estereotipo y simular que soy villero y tener que comerme las eses y decir: “Ey, guacho”. Ya venía incorporando nuevas palabras a mi vocabulario desde la lectura. ¿Vos te pensás que hablaba así cuando caí en cana? Usaba la misma cantidad de palabras para hablar siempre de lo mismo: a quién le choreamos, cuánto hiciste, cuánta merca compramos, anda la yuta... No salía de ahí. Ahora no tengo odio, y eso que me sobraban los argumentos para odiar, para salir de la cárcel con ganas de matar. Sigo escribiendo poesía, estoy preparando mi segundo libro. Necesito escribir como el adicto necesita de su dosis. Mi dosis es escribir porque me corre la poesía por las venas. Y que por mis venas corra poesía es lo que me hace también experimentar una sobredosis de esperanza.

"La venganza del cordero atado", leyendo a Camilo en el Taller..

Esta noche hay luna llena,
tendría que ser remedio santo.
Pero acá abajo todo está muy raro,
las miradas van bloqueadas, desteñidas, agitadas,
se ven espejos de todos los colores,
en vanguardia los sabuesos, los hechizados, los malignos.

De repente me descuelgan seres que van cantando
melodías enchufadas a parlantes sin lenguaje penal.
Personajes que no dependen de siniestros signos
de oscuros síntomas, de opacas aspiraciones.
Cantan que ficciones son los planteos,
enseñan
¡qué hundido estoy en un sueño irreal!
les grito:
¡cansado voy de comprar pinchados salvavidas
que flotan cuando no hay mar!
Un viento poseído, endemoniado por la vida
sale a la caza
de la luna llena.
Camilo Blajaquis

Se pueden leer más obras suyas en su Blog.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Corrí bajo la lluvia



Corrí bajo la lluvia...ya no estabas
para alcanzarte, incontenida, loca.
Corrí bajo la lluvia, con la boca
y las manos que el viento castigaba.
Toda sombra eres tú...en cada octava,
 espejismo fugaz de luz, que evoca,
 el rumor de su voz en toda boca,
la forma de su mano en toda aldaba.
No te encontré, volví sin ti, lejana.
Hoy lo se yo, tu lo sabrás mañana;
Esta humilde alegría inesperada...
Esto de andar la lluvia, lentamente
con el rostro mojado,
transparente,  y el alma.
Yo no se como....lavada.
                                                               Vilma Vera Ríos

martes, 13 de diciembre de 2011

Momentos


Magia hay en tus ojos, espejos negros
que un día me miraron y quedé preso
de todos tus encantos y de tus besos.

Magia tiene la noche con sus misterios.
Magia, en el silbido fuerte del viento.

Magia traen las aves en su aleteo
y con sus trinos llenan el universo.

Magia hay en tu sonrisa cuando te encuentro
calmando mis heridas, dándome aliento.

Magia hubo en la luna que fue tu cómplice
cuando bajo su luz, me robaste un beso.

Magia, en las palabras con las que escribo,
sin ellas no podría decir ¡te quiero!

Mercedes Titi Díaz

jueves, 8 de diciembre de 2011

La historia de mi muerte - Natalia Hatt


Durante la mayor parte de mi corta vida, solía soñar con mi muerte. Lo soñaba al menos unas dos veces al año, desde que tengo memoria. Aquellos sueños estaban allí, frecuentándome, tratando de advertirme sobre mi destino; pero yo no negaba a hacerles caso. En vez de eso, decidí creer que eran tan sólo unas tontas pesadillas, tal vez causadas por algún trauma de mi infancia.
 No podría haber estado más equivocada. Si hubiese hecho caso a las advertencias, posiblemente ahora seguiría viva. Pero no lo hice, y ya no hay nada que se pueda hacer al respecto.
Pero estoy en paz, y eso es lo que importa. Ahora tengo todo el tiempo del mundo, y puedo ocupar un par de minutos para contarte mi historia completa. ¿Estás listo para escuchar? Por favor, toma asiento antes de que continúe.  
Era la mitad de enero. El día había sido más caluroso de lo normal, y esa noche, hubo una tormenta tropical. Una de las peores en décadas, escuche en las noticias.
Ese día, también recibí el golpe más devastador de mi vida. Mi novio, Ian, a quien yo amaba con toda mi alma, y con quien había convivido durante los últimos dos años, confesó que me había engañado hacía ya un tiempo atrás.
Yo estaba tan furiosa que el enojo me cegó completamente. Debía dejarlo –decidí luego de haberle dicho todos los más horribles insultos que puedas imaginarte.
No le permití que me dijera más nada. Él quería explicarme que todo había sido un error, que todavía me amaba, y que porque me quería, había decidido ser honesto conmigo y deseaba arreglar las cosas.
Pero yo junté mis cosas, y aunque todavía estaba lloviendo bastante fuerte, me puse mi impermeable y me subí a mi moto. Necesitaba ir a casa de mi abuela; sabía que eso era lo que tenía que hacer. Ella siempre tenía alguna manera de reconfortarme y hacer que yo me sintiera mejor; siempre estaba allí para ayudarme.
Yo conocía muy bien la ruta. Solía visitar a mi abuelita muy seguido, por eso estaba segura que aunque el asfalto estuviese muy mojado, yo podría lograrlo. Eso era un gran error… había una cosa con la cual no contaba, y de eso me arrepentiría.
Tomé la solitaria carretera. Nadie estaría allí esa noche, yo sabía. La tormenta había sido terrible y la mayoría de la gente tendría miedo de que continúe. Sin embargo, yo no tenía miedo. Pero como ya te he dicho, estaba cegada por mi ira y mi decepción. No podía pensar claramente.
Luego de conducir por unos kilómetros, noté que un auto me seguía. Era él, era Ian. Necesitaba llegar a la casa de mi abuela rápido, entonces aceleré lo más que pude.
La lluvia caía sobre mi rostro. Me había olvidado de llevar mi casco conmigo, pero me agradaba la refrescante sensación de la lluvia sobre mi cara; eso me hacía sentir un poquito mejor.
Él todavía no podía alcanzarme, yo estaba segura que llegaría a destino antes que él pudiese hacerlo. Pero… nunca lo hice.
Unos minutos más tarde, estaba a punto de alcanzar el Puente Amarillo. El puente estaba sobre un arroyo que no era muy profundo, pero cuando llovía, siempre se inundaba. Y ese día, yo pude ver como el agua cruzaba bien por arriba del puente, cubriéndolo por completo.
Y fue allí cuando me di cuenta: Había soñado antes sobre ese exacto momento. Sí, ése era mi sueño más recurrente: El agua, el sentimiento de que alguien me estaba siguiendo, la noche tormentosa. Había visto todo aquello en mi sueño.
Sin embargo, no quise creer que podía ser cierto, y no podía dejar que Ian me alcanzara. Decidí cruzar el puente de todas formas. Pensé que lo lograría, sabía cómo hacerlo, entonces… no me detuve.
Pero el problema era que ya no había más puente: El agua se lo había llevado. Pero yo no pude verlo, y la misma corriente que se llevó al viejo puente, también me arrastró a mí.
No entendía lo que me estaba sucediendo. Perdí el control de mi moto, me estaba hundiendo, y siendo arrastrada por la corriente. El agua llenaba mis pulmones, y yo me estaba ahogando.
Era realmente agónico. La vida en mí se estaba desvaneciendo más y más con el transcurso de cada segundo… Yo me estaba desvaneciendo. Luego, todo se volvió negro, y no sentí ya más dolor.
Ian siempre había sido un buen nadador, pero no pudo alcanzarme a tiempo. Cuando llegó al puente Amarillo, me vio hundirme junto a mi moto. Pero no fue lo suficientemente rápido.
Saltó dentro del arroyo y se sumergió bajo el agua, tratando de agarrarme, tratando de salvar mi vida. Pero no pudo hacerlo. Cuando al fin logró agarrar mi brazo y arrastrarme fuera del agua, yo ya me había ido.
Él trató de reanimar mi cuerpo sin vida; pude verlo desde el otro lado del arroyo. Me costaba entender lo que me estaba pasando, pero sabía que estaba muerta. No había otra explicación.
Ya no sentía más dolor, no me sentía enojada. Todo eso se había ido. Me sentí mal por Ian cuando vi su cara, el terrible dolor y la culpa en sus ojos. Él estaba llorando desconsoladamente. Estaba desesperado, y no había nada que él pudiese hacer: Me había perdido para siempre.  
Lo presencié todo. Unos minutos más tarde, llegaron una ambulancia y un patrullero. Los hombres de la ambulancia cubrieron mi cuerpo muerto, y se lo llevaron. Ian estaba a punto de meterse en su auto para seguir al patrullero. Seguramente tendría que prestar declaración ante la policía –pensé.
Iba a seguirle, pero luego vi una luz brillante viniendo desde el cielo. Era tan hermosa que caminé hacia ella. Pude ver un rostro familiar allí: Era mi adorada madre. Ella había muerto cuando yo tenía cinco años, pero yo todavía podía recordar esa hermosa cara.
“Ven a mí, hija”, dijo ella.
“No puedo,” lloré. “Tengo que asegurarme que él esté bien.”
“Todo estará bien, mi querida”, me aseguró mi madre. “Necesitas dejarlo ir, tienes que perdonar.”
Yo, prácticamente, ya le había perdonado por lo que había hecho. Sabía que había intentado salvarme, podía ver que realmente me amaba.
Entonces, me dije a mi misma y al universo que le perdonaba por todo el dolor que me había causado, y luego, decidí que era lo correcto perdonarme a mi misma también.
Me sentí en paz después de perdonarlo todo; ahora podía seguir adelante. Y fue allí cuando caminé hacia la luz, sosteniendo la mano de mi madre y sin mirar hacia atrás.
Esta es mi historia. Desde que aquello ocurrió, he estado cuidando de Ian desde el otro lado, haciendo lo que está en mis manos para que él pueda rehacer su vida. No quiero que se sienta culpable por lo que me pasó. No fue su culpa.
Y como te dije, tengo un montón de tiempo y puedo disfrutarlo. Tal vez hubiera querido vivir una vida mucho más larga y feliz, pero sé que tendré otra oportunidad para hacerlo algún día, cuando sea el momento adecuado. Por ahora, tan sólo disfrutaré del paraíso.
 Natalia Hatt


jueves, 1 de diciembre de 2011

En Seguí están juntos por la lectura

Alumnos de la escuela N°61 Facundo Zuviría ganaron un certamen nacional de lectura organizado por UNO Medios y la Revista Nueva junto a la Fundación Leer.

Muy agradecidos. En ese par de palabras se resume el estado de ánimo del equipo docente de la escuela N°61 Facundo Zuviría de la ciudad de Seguí, en Paraná campaña. Sucede que ganaron un certamen nacional de lectura organizado por UNO Medios y la Revista Nueva junto a la Fundación Leer. Y en consecuencia accedieron a gran cantidad de libros que ya forman parte de la sala de lectura del prolijo establecimiento educativo de la localidad entrerriana.

"No sé qué decir, es una alegría inmensa que nos hayan reconocido", dijo a UNO Élida Siebenlist, la maestra de 3° grado que impulsó a sus alumnos a sumarse al certamen. La docente aportó que decidió contar la experiencia colectiva por medio del concurso "Juntos por una Argentina Lectora" pero que nunca imaginó ganarlo. Precisó que llevó adelante el proyecto junto a Kevin Jones, un joven de 18 años que ayudó a que los niños se dejen atrapar por la magia de las historias relatadas en libros.

Durante la entrega de los libros la maestra mostró a los periodistas de UNO un original libro que logró editar de manera artesanal con la ayuda de "padres alumnos, vecinos y amigos". Lo de original viene a cuento de la idea motora: "Cada familia debía aportar un cuento de propia creación y acá, en el aula, lo ilustramos y editamos en una página", precisó entusiasmada. "Fue tan grande el apoyo que mucha gente pedía permiso para contar su cuento", describió. Así es como docenas de páginas de colores fueron cobrando vida con cuentos pensados por chicos y grandes.

Élida motiva a sus niños hacia la lectura y ese esmero le valió el reconocimiento que se materializó en una caja colmada de obras destinadas a cautivar la atención de niños y adolescentes.

La docente destacó el apoyo de Liliana Ester Ríos y Liliana Cargnel, directora y vice respectivamente de la escuela donde la imaginación tiene piedra libre para jugar.

Diario UNO