jueves, 8 de diciembre de 2011

La historia de mi muerte - Natalia Hatt


Durante la mayor parte de mi corta vida, solía soñar con mi muerte. Lo soñaba al menos unas dos veces al año, desde que tengo memoria. Aquellos sueños estaban allí, frecuentándome, tratando de advertirme sobre mi destino; pero yo no negaba a hacerles caso. En vez de eso, decidí creer que eran tan sólo unas tontas pesadillas, tal vez causadas por algún trauma de mi infancia.
 No podría haber estado más equivocada. Si hubiese hecho caso a las advertencias, posiblemente ahora seguiría viva. Pero no lo hice, y ya no hay nada que se pueda hacer al respecto.
Pero estoy en paz, y eso es lo que importa. Ahora tengo todo el tiempo del mundo, y puedo ocupar un par de minutos para contarte mi historia completa. ¿Estás listo para escuchar? Por favor, toma asiento antes de que continúe.  
Era la mitad de enero. El día había sido más caluroso de lo normal, y esa noche, hubo una tormenta tropical. Una de las peores en décadas, escuche en las noticias.
Ese día, también recibí el golpe más devastador de mi vida. Mi novio, Ian, a quien yo amaba con toda mi alma, y con quien había convivido durante los últimos dos años, confesó que me había engañado hacía ya un tiempo atrás.
Yo estaba tan furiosa que el enojo me cegó completamente. Debía dejarlo –decidí luego de haberle dicho todos los más horribles insultos que puedas imaginarte.
No le permití que me dijera más nada. Él quería explicarme que todo había sido un error, que todavía me amaba, y que porque me quería, había decidido ser honesto conmigo y deseaba arreglar las cosas.
Pero yo junté mis cosas, y aunque todavía estaba lloviendo bastante fuerte, me puse mi impermeable y me subí a mi moto. Necesitaba ir a casa de mi abuela; sabía que eso era lo que tenía que hacer. Ella siempre tenía alguna manera de reconfortarme y hacer que yo me sintiera mejor; siempre estaba allí para ayudarme.
Yo conocía muy bien la ruta. Solía visitar a mi abuelita muy seguido, por eso estaba segura que aunque el asfalto estuviese muy mojado, yo podría lograrlo. Eso era un gran error… había una cosa con la cual no contaba, y de eso me arrepentiría.
Tomé la solitaria carretera. Nadie estaría allí esa noche, yo sabía. La tormenta había sido terrible y la mayoría de la gente tendría miedo de que continúe. Sin embargo, yo no tenía miedo. Pero como ya te he dicho, estaba cegada por mi ira y mi decepción. No podía pensar claramente.
Luego de conducir por unos kilómetros, noté que un auto me seguía. Era él, era Ian. Necesitaba llegar a la casa de mi abuela rápido, entonces aceleré lo más que pude.
La lluvia caía sobre mi rostro. Me había olvidado de llevar mi casco conmigo, pero me agradaba la refrescante sensación de la lluvia sobre mi cara; eso me hacía sentir un poquito mejor.
Él todavía no podía alcanzarme, yo estaba segura que llegaría a destino antes que él pudiese hacerlo. Pero… nunca lo hice.
Unos minutos más tarde, estaba a punto de alcanzar el Puente Amarillo. El puente estaba sobre un arroyo que no era muy profundo, pero cuando llovía, siempre se inundaba. Y ese día, yo pude ver como el agua cruzaba bien por arriba del puente, cubriéndolo por completo.
Y fue allí cuando me di cuenta: Había soñado antes sobre ese exacto momento. Sí, ése era mi sueño más recurrente: El agua, el sentimiento de que alguien me estaba siguiendo, la noche tormentosa. Había visto todo aquello en mi sueño.
Sin embargo, no quise creer que podía ser cierto, y no podía dejar que Ian me alcanzara. Decidí cruzar el puente de todas formas. Pensé que lo lograría, sabía cómo hacerlo, entonces… no me detuve.
Pero el problema era que ya no había más puente: El agua se lo había llevado. Pero yo no pude verlo, y la misma corriente que se llevó al viejo puente, también me arrastró a mí.
No entendía lo que me estaba sucediendo. Perdí el control de mi moto, me estaba hundiendo, y siendo arrastrada por la corriente. El agua llenaba mis pulmones, y yo me estaba ahogando.
Era realmente agónico. La vida en mí se estaba desvaneciendo más y más con el transcurso de cada segundo… Yo me estaba desvaneciendo. Luego, todo se volvió negro, y no sentí ya más dolor.
Ian siempre había sido un buen nadador, pero no pudo alcanzarme a tiempo. Cuando llegó al puente Amarillo, me vio hundirme junto a mi moto. Pero no fue lo suficientemente rápido.
Saltó dentro del arroyo y se sumergió bajo el agua, tratando de agarrarme, tratando de salvar mi vida. Pero no pudo hacerlo. Cuando al fin logró agarrar mi brazo y arrastrarme fuera del agua, yo ya me había ido.
Él trató de reanimar mi cuerpo sin vida; pude verlo desde el otro lado del arroyo. Me costaba entender lo que me estaba pasando, pero sabía que estaba muerta. No había otra explicación.
Ya no sentía más dolor, no me sentía enojada. Todo eso se había ido. Me sentí mal por Ian cuando vi su cara, el terrible dolor y la culpa en sus ojos. Él estaba llorando desconsoladamente. Estaba desesperado, y no había nada que él pudiese hacer: Me había perdido para siempre.  
Lo presencié todo. Unos minutos más tarde, llegaron una ambulancia y un patrullero. Los hombres de la ambulancia cubrieron mi cuerpo muerto, y se lo llevaron. Ian estaba a punto de meterse en su auto para seguir al patrullero. Seguramente tendría que prestar declaración ante la policía –pensé.
Iba a seguirle, pero luego vi una luz brillante viniendo desde el cielo. Era tan hermosa que caminé hacia ella. Pude ver un rostro familiar allí: Era mi adorada madre. Ella había muerto cuando yo tenía cinco años, pero yo todavía podía recordar esa hermosa cara.
“Ven a mí, hija”, dijo ella.
“No puedo,” lloré. “Tengo que asegurarme que él esté bien.”
“Todo estará bien, mi querida”, me aseguró mi madre. “Necesitas dejarlo ir, tienes que perdonar.”
Yo, prácticamente, ya le había perdonado por lo que había hecho. Sabía que había intentado salvarme, podía ver que realmente me amaba.
Entonces, me dije a mi misma y al universo que le perdonaba por todo el dolor que me había causado, y luego, decidí que era lo correcto perdonarme a mi misma también.
Me sentí en paz después de perdonarlo todo; ahora podía seguir adelante. Y fue allí cuando caminé hacia la luz, sosteniendo la mano de mi madre y sin mirar hacia atrás.
Esta es mi historia. Desde que aquello ocurrió, he estado cuidando de Ian desde el otro lado, haciendo lo que está en mis manos para que él pueda rehacer su vida. No quiero que se sienta culpable por lo que me pasó. No fue su culpa.
Y como te dije, tengo un montón de tiempo y puedo disfrutarlo. Tal vez hubiera querido vivir una vida mucho más larga y feliz, pero sé que tendré otra oportunidad para hacerlo algún día, cuando sea el momento adecuado. Por ahora, tan sólo disfrutaré del paraíso.
 Natalia Hatt


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