A Emma la vio nacer el Gualeguay entrerriano en 1914, tierra misma que 92 años después, 2006, la vería irse. Logro que se la leyera con rareza, que sus obras dramatúrgicas fueran piezas únicas y extravagantes. Construyó desde la poesía un umbral de contextos, que nos pertenecen. Por eso, es bueno volver a Emma de vez en cuando, y quedarse un rato en sus palabras… Dejarse aprisionar en su mirada, casi centenaria, es mirada con la que desde sus poemas nos mira.
Ya me voy:
Ya me voy de tu cuarto
y de tus hombros.
y de tus hombros.
Allí esa intimidad de tu ropero
y los libros.
¿Qué haríamos sin ellos para el viaje?
y los libros.
¿Qué haríamos sin ellos para el viaje?
La caricia empezada
y los ojos curiosos
te los dejo, hoy y siempre.
y los ojos curiosos
te los dejo, hoy y siempre.
Se me encienden las manos
y me olvido. Despiértame.
y me olvido. Despiértame.
Ya me voy de tu cuarto:
verás cómo, despacio,
se irán domesticando
mis violencias.
Y absurdo me ha de ser este deseo
y este crearse un sueño.
verás cómo, despacio,
se irán domesticando
mis violencias.
Y absurdo me ha de ser este deseo
y este crearse un sueño.
Y al fin, un día, me serán tan fácil:
las manos quietas y los ojos ciegos.
las manos quietas y los ojos ciegos.
Emma Barrandéguy, Las Puertas, 1964.
Foto:
Esa soy yo:
una mujer gastada y melancólica
con la mirada
que arranca de una infancia razonable
y una cabeza peinada
como corresponde
a una señora de tantos años.
Procuro que las canas
tengan su orden natural
que tranquiliza a los que miran,
aunque yo casi estoy segura,
después de todo,
que moriré sin haber sentado cabeza.
una mujer gastada y melancólica
con la mirada
que arranca de una infancia razonable
y una cabeza peinada
como corresponde
a una señora de tantos años.
Procuro que las canas
tengan su orden natural
que tranquiliza a los que miran,
aunque yo casi estoy segura,
después de todo,
que moriré sin haber sentado cabeza.
Emma Barrandéguy, Refracciones, 1986.
El cuerpo:
¿Por qué no es posible el amor?,
me preguntas.
Somos viejos, respondo.
Y que pases tu mano
por mi pierna,
me da cierta vergüenza.
Tontería, dice el amigo
y cediendo
me tiendo a su lado como cuando era joven
y lo ignoraba.
Pienso en todos los viejos
que desde un banco al sol
miran transcurrir las muchachas.
En mi padre y sus esquelas victorianas
a las niñas de los mandados.
Pienso en mi madre pulcra
cubriendo sus desnudos en un último gesto.
Pienso que los viejos son como todos
y apetecen sin pausa
si no han sido saciados.
El cuerpo gira ante sus ojos
con el gusto de lo prohibido,
como siempre.
Se los instala en la sabiduría
y no la tienen;
codician como jóvenes,
tienen pequeñas ternuras
como mi amigo,
tienen lascivas preferencias
que no les cuentan a los otros,
tienen derecho al amor
aun a costa del ridículo.
Y si pasan tomados de la mano
o se encierran en su mundo
con las persianas bajas,
tendríamos que mirarlos sin asombro
como a lentos vagabundos
o discretos amantes que renuevan caricias.
me preguntas.
Somos viejos, respondo.
Y que pases tu mano
por mi pierna,
me da cierta vergüenza.
Tontería, dice el amigo
y cediendo
me tiendo a su lado como cuando era joven
y lo ignoraba.
Pienso en todos los viejos
que desde un banco al sol
miran transcurrir las muchachas.
En mi padre y sus esquelas victorianas
a las niñas de los mandados.
Pienso en mi madre pulcra
cubriendo sus desnudos en un último gesto.
Pienso que los viejos son como todos
y apetecen sin pausa
si no han sido saciados.
El cuerpo gira ante sus ojos
con el gusto de lo prohibido,
como siempre.
Se los instala en la sabiduría
y no la tienen;
codician como jóvenes,
tienen pequeñas ternuras
como mi amigo,
tienen lascivas preferencias
que no les cuentan a los otros,
tienen derecho al amor
aun a costa del ridículo.
Y si pasan tomados de la mano
o se encierran en su mundo
con las persianas bajas,
tendríamos que mirarlos sin asombro
como a lentos vagabundos
o discretos amantes que renuevan caricias.
Emma Barrandéguy, Camino hecho, 1991.
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