Aproximadamente, pasaba los cuarenta y aún la chispa de chamullador la llevaba consigo. Era colectivero por vocación, y gracias al trabajo cada fin de semana una cita lo aguardaba.
El amor no era para él. Le habían roto el corazón a los veinticinco años, cuando para el la familia era lo mas sagrado. Una mañana de domingo vio como despertaba con una nota pegada a la ventana: "Volé a otros brazos, otros caminos" Se llevó dos niños que hoy serían adolescentes.
Cuando superó la humillación, el duelo y tiró el anillo que lo condenaba al pasado decidió que el amor ya no cabía en él. Y decidió volcar su desilusión clandestinamente en caricias de a ratos .
No recordaba nombres ni direcciones. Daba números de telefonos falsos y así fue transcurriendo paso a paso el tiempo. Se había transformado... Y cuando subió aquel muchacho bizarro que recolectaba rostros, transparentó el alma en la foto y esa sonrisa no ocultó sus ojos tristes que guardaban cicatrices del engaño. Ese muchacho tendría la edad de su hijo, ojitos bailarines y carismático. Accedió a que lo capturaran en un lente. Tal vez, algún día alguien lo reconocería por algun lado.
El pibe dio las gracias y se alejó. Él siguió manejando, de nuevo camufló su alma y vio a lo lejos una morocha que le hacía señas para que frene. Le sonrió sensualmente, otra presa que conquistar para este fin de semana largo.
Natalí Metz
La fotografía pertenece a Ramiro Sosa...
A partir de ella, se ideo este relato...
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