domingo, 2 de enero de 2011

Numemundo





For Nicholas
To
Reader Soul

     Me tiré en mi cama e imaginé una aurora color celeste que rodeaba mi cuerpo desde los pies hasta la cabeza, tal como una serpiente. Me obligué a pensar, a deducir, a imaginar. Pero en vez de eso, una serie de hechos ficticios asechaban mi mente simulando recuerdos. A medida que pasaba el tiempo, éstos se transformaban en dibujos opacos, sin muchos colores, parecidos a los dibujos creados a partir de un círculo, diseñados con paintpor una joven niña de siete años. Corazones con rostros, soles saludando, gente más grande que esos dibujos abstractos aparentando ser árboles con las ramas sobresaliendo del follaje.
     Todo esto invadía mi mente, sabía que yo había creado eso, y que podía destruirlo. Sin embargo, eso me relajó. Cerré los ojos y desperecé mi cuerpo. Sentí como la brisa del rechinante ventilador atravesaba esa zona que la remera no llegaba a cubrir. Visualicé el viento como un espectro, tal como un conjunto de partículas que se agrupaban y formaban al mismísimo jinete sin cabeza de un color celeste claro que dejaba una estela a su paso y atravesaba parte de mi estómago.
     Ya era hora de volver a la realidad. Basta de imaginación, era hora de estudiar. No lo hice en todo el año, tenía que ponerme las pilas ahora, se lo había prometido a mamá. Me senté en el escritorio y preparé algunas hojas para rehacer las actividades. Al abrir el cuaderno de física, observé como los dígitos pretendían salir de él, junto con las ecuaciones y los gráficos, formando flechas con los vectores y espadas con las raíces de las fórmulas.
     Los cuatro y los sietes formaban caballos, los unos y los cincos catapultas con las cuales me arrojarían ceros esos malditos ochos. Supuse que era la hora de su venganza por haberlos olvidado durante todo el año. En cuanto me di cuenta intenté cerrar el cuadernillo. No obstante, ni los Tomos de Historia General, ni los libros de Santillana y mucho menos los diccionarios Océano lograron dejarlo cerrado. Las letras me habían fallado. La fuerza que ejercían esos números era muy grande.
En cuanto abrieron la libreta, la infantería saltó al mando de un gráfico de una Intersección del Movimiento Uniforme. Se organizaron en filas, rodeándome por completo. Allí estaba yo, sentado en la silla de madera, rodeado por catapultas, soldados con lanzas, arcos, flechas, caballos...todos preparados para atacar.
En cuanto comenzaron a golpearme con los vectores, me levanté de la silla e intenté salir corriendo, pero dos malditos ochos me ataron con una línea divisora y caí al suelo. La puerta se abrió y vi a mi hermana mirándome como si estuviese totalmente loco.
—¿Qué hacés? —me preguntó.
—¡Se están vengando!

Nicolas Gottig

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