domingo, 3 de julio de 2011

Tres libros


Me gustaría referirme, en forma muy especial, a tres libros que significan ese escalofrío fugaz y el repentino temblor que da cuando, según las creencias, alguien cruza por el lugar donde un día estará nuestra tumba.
  El primero es el descubrimiento de la tableta de lectura. E reader E book o lectora de libros, como cada uno prefiera llamarlos. Los debates son muchos con respecto a estas tablas; se anunció el fin de los libros, que la era digital terminaría con las bibliotecas, librerías y todo lo que tenga que ver con la impresión, edición, venta y lectura del tradicional libro con su cubierta, letras y el imborrable, inolvidable e irremplazable
olor a historia, misterio o lo que sea que el autor quiso expresar.
 Nada de eso, tener un E book significa una llave a cada página que nos interese.
Cada libro de las bibliotecas que se encuentran en Internet pueden bajarse en forma digital. Viejos textos que ya no encontramos ni en mesa de saldos, cada edición agotada que cumpla ese requisito puede  bajarse gratis, las ofertas son muchas y variadas, al menos hasta el día de hoy. Inclusive  algunas ediciones que no son antiguas pero que tienen que ver con la literatura, política, historia o novelas, poesías y todo lo interesante, se encuentra libre  y se bajan sin inconveniente. 
  Podemos bajarlos, archivarlos, ordenarlos de la misma manera que clasificamos la biblioteca de siempre.
 Otros títulos  se pueden comprar y su costo es menor a los precios de librería. La imprenta tardó un par de siglos en ser común y usarse como un accesorio del que no nos damos cuenta a menos que nos interese un título y la librería esté lejos o el precio, más lejos todavía.
 La tabla no tiene olor a papel, pero por eso no deja de ser atractiva.
Sobre esto nace un análisis; cuando un pueblo era dominado o sometido a una purga, de inmediato se organizaba una quema de libros para exorcizar los demonios que las páginas  mostraban. Hoy se teme a las tablas.
 Toda novedad se resiste hasta que nos animamos a probar. La invitación está, será cuestión de probar y sucumbir a la posibilidad de llevar toda nuestra biblioteca con nosotros en ese adminículo parecido a un espejo mágico.

Mi segundo libro es un viejo ejemplar de “Amor en tiempos del cólera” y por si alguien es flojo de memoria, su autor es Gabriel  García Márquez. Este ejemplar tiene sus páginas amarillas y muy sobadas;  muchas manos, muchos ojos han  pasado por él y se han emocionado, deleitado o aburrido con su lectura. Amigos y familiares han dado sus opiniones, pero, y acá viene el valor agregado, hoy lo volví a hojear y lo que me llamó la atención: su tapa.
 Le falta la mitad en un atropello flagrante donde le han quitado un buen trozo del título y la imagen. Al mirar las primeras páginas recordé lo ocurrido, varias figuras a lápiz, trazadas por manitos muy, muy  pequeñas  dejaron su arte en dibujos que seguro cuentan una historia difícil de interpretar.
 García Márquez y su libro fueron el entretenimiento de un nieto que era casi bebé y hoy es un papá orgulloso, él decoró ese libro. Vaya a saberse el porque de su elección.
 De pronto esa escena se disparó en la memoria, el amor y el recuerdo afloraron de la manera única que puede ser: protegidos por el papel y el tiempo.
 El niño inclinado sobre esas páginas, dibujando, tal vez, su interpretación. Justo buscó ese título al que siempre regreso y me da la medida de la evolución y a experiencia que hacen que la interpretación encuentre nuevas aristas.

Mi tercer libro es uno que aún no está escrito.
 La idea  surgió a raíz de  vivir la partida de un ser cercano y querido. Cada día que pasé junto a su cama fueron momentos de crecimiento y nueva manera de reflexionar sobre lo maravilloso que es vivir y terminar con todo en paz.
 La tentación de escribir sobre ese tiempo vivido  era  imposible de modificar. Preparé todo el ritual de escribir: un cuaderno de hojas cuadriculadas, un lápiz y con el título ya pensado: “Mis treinta días”
  El proyecto era escribir un relato en forma de diario, marcando cada día como “faltan treinta días” y así, hasta llegar al último “mañana es el último día”, terminando la historia con la muerte.
Luego de escribir dos capítulos me entró temor… ¿Y si era profético? ¿Y si a los treinta días me moría?
Nunca terminé el relato.
 Este final lo acompaño con un fragmento de la  poesía Poema de los dones de Jorge Luis Borges
                                            Nadie rebaje a lágrima o reproche
                                            esta declaración de la maestría
                                            de Dios, que con magnífica ironía
                                            me dio a la vez los libros y la noche.
                                            De esta ciudad de libros hizo dueños
                                             a unos ojos sin luz, que sólo pueden
                                             leer en las bibliotecas de los sueños
                                             los insensatos párrafos que ceden

                                             las albas a su afán. En vano el día
                                             les prodiga sus libros infinitos,
                                            arduos como los arduos manuscritos
                                             que perecieron en Alejandría.
Teresita Romero


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